Roma, un poemario magnífico de Manuel Vilas
Leer el poemario Roma de Manuel Vilas… Leer el décimo poemario del autor de Ordesa. Roma, aparecido durante el Primer Año de la Gran Pandemia, el año en que murió mi padre: 2020. Roma hace el número 28 de los libros publicados por Vilas, ensayista además de autor de narrativa breve y novelas. Ahí es nada.
La belleza humilde, el amor inocente y la bondad solitaria: la esperanza de
Vilas en que esa trilogía divinal sea la que le envía a él el gozo de un
instante señero, luminoso, definitivo. Un poema. Un destello de la eternidad.
“Una vida como la mía,
sencilla, bella, dolorosa”.
La primera poesía se titula ‘Maleta y armario’. En sus versos ya
leemos el ámbito de Roma.
“Un hombre más, un rostro más,
una encendida plegaria arrojada
al abismo, al agua, al viento,
a las rosas, porque aún tengo
fe en las rosas. […]
Lloré sin lágrimas.
Ah, quién tuviera lágrimas reales.
Solo los jóvenes las tienen.
Estaba, al fin, en Roma.
Roma es el primer libro de poesía escrito por Manuel Vilas
que yo leo, si es que no lo eran Ordesa y Alegría. Porque no lo eran, ¿verdad?
El poeta llega a Roma y se nos desmorona con esa grandeza reducida a
escombros de los poetas derrotados por la victoria de las palabras atesoradas
como rescoldos.
“Estar en paz con todo ya es
imposible,
eso he venido a decirte,
Roma”.
Poeta en soledad, poeta en Roma:
“La muerte no existe.
Existe ella, la soledad,
la reina del mundo,
la soberana de la
conciencia,
la más alta dama.
Roma, la soledad”.
La ignorancia del tiempo. Hay un poema
que me ha conmovido como la genialidad inconmensurable que es, el que lleva por
título ‘Poema de los seres vivos (Museo Vaticano. Sala de los Animales)’,
un poema que comienza con un verso magnífico que dice: “me iré de este mundo
sin hablar con los cocodrilos”. Donde le leo a Vilas eso de que “todo fue
creado en mi honor”. Un poema que termina con estos versos invencibles:
“El viento y el sol en
vuestros corazones,
en el mío, la nostalgia y la
luna.
Nostalgia de vosotras,
criaturas salvajes,
amor de mis amores, besos de
mis besos,
bestias refractarias al
pensamiento y la desolación.
Quiero ser como vosotras,
profundamente inhumanas,
albergar en mis órganos
internos
la seguridad del instinto y
la ignorancia del tiempo”.
Roma, que “viene de la noche del hambre, de la intemperie profunda”. Roma,
“que eres mi última esperanza de amar y ser amado”.
“Los ángeles, cuando mueren,
son enterrados en Roma”.
[…]
Vilas (“mi rostro es el de la muchedumbre”) y su alma perdida por la que
llora el agua de la lluvia en alguna ciudad portuaria italiana (que no es
Roma), ese Vilas a quien desasosiega leerle que mañana “no habrá más poetas
sobre la tierra”.
“Roma, con tu incendio
barroco,
con tu amor incondicional
a los poetas como yo,
perdidos para siempre,
a la espera de una verdad.
La verdad eres tú, Roma”.
[…]
La brillante lección de historia que es el hermoso y triste poema ‘Nobleza’ (“la superstición de la sangre”) muestra lo que el escritor oscense es capaz de hacer con la poesía en su máximo esplendor: belleza y sabiduría deslizándose ante nuestros ojos y nuestra alma cerebral.
Porque el pasado (“nunca ha sido tiempo de la justicia”), la Historia, no
le son ajenos al espíritu a veces sombrío a menudo glorioso del poeta, que
enciende para nosotros la culta liturgia que fundó nuestra civilización.
“No importa que todo camine
hacia la nada,
porque desde el primer día
de mi vida
estaba escrito que todo se
desvanecería.”
Roma y la presencia de Dios (“son tus mentiras dulces y locas”),
cuya inexistencia “no impide amarle”; Dios, que es “la presencia de una
superstición inagotable”. Una inexistencia presente. Muy presente (en Roma).
“¿Cuántas iglesias hay en
Roma?
¿Existe ese número, alguien
lo conoce? […]
Roma tienes más iglesias que
almas. […]
No puedo entrar en todas las
iglesias romanas.
Necesitaría trescientos años
de vida”.
Porque las iglesias son besos que Dios le lanza a Manuel Vilas “para
tenerme entretenido con la vida”.
También el arte, el arte cristiano, católico, romano:
“Creo en el arte
con que Dios
y su hijo Jesucristo
y su santa madre
vienen a nosotros
con más vida
y más refinamiento
que si fuesen reales
y estuvieran vivos
en alguna región
del aburrido universo”.
… Y el coronavirus (Vilas escribe Roma cuando comienza la
Gran Pandemia). El poema ‘Coronavirus’ comienza así: “al norte de Italia,
finales de febrero del año 20, llega como hace mil años la peste”. Más adelante,
en otra de las poesías del libro Roma, leo: “26 de febrero año 20, llega
noticia de que la peste crece…, era el 29 de febrero del año 20, y la peste se
paseaba por el mundo”. El poeta Vilas es “carne asustada” mientras “la grotesca
pandemia oscurece la vida”.
“Lo llaman coronavirus, es
un nombre
técnico, porque el mundo se
quedó sin poesía”.
Cuando la nueva peste llega a la ciudad de Roma, el escritor español
reconoce que “si has visto la belleza puedes morir en paz”. Y a la capital del
cristianismo le pide: “Roma, llévame contigo”.
“Quiero ser un palacio.
Mi cuerpo convertido en luz
y memoria.
Mi aliento convertido en mármol”.
Llega el momento de despedirnos de la Roma visitada por Manuel Vilas
y del libro escrito por Manuel Vilas:
“Roma, vine a ti para saber
quién soy,
vine a llamarte madre de
todas las cosas”
Y la repatriación: “desde Madrid, te sigo queriendo”.
“Te esperaré y tú me esperarás”.
Este texto pertenece a mi artículo ‘Manuel Roma Vilas Poesía’, publicado el 13 de octubre de 2021 en Nueva Tribuna, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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