Barea, España

La forja de un rebelde, la trilogía de Arturo Barea sobre la que ya escribí, es una de las fuentes de que disponemos los historiadores para conocer la España de la primera mitad del siglo XX. Van unas muestras.

 


Millán Astray

“El cuerpo todo de Millán Astray había sufrido una transformación histérica. Su voz tronaba, sollozaba, aullaba. Escupía en las caras de aquellos hombres toda su miseria, toda su vergüenza su suciedad y sus crímenes, y después los arrastraba en una furia fanática a un sentimiento de caballerosidad, a un renunciamiento de toda esperanza fuera de la de morir una muerte que lavara todas las manchas de su cobardía en el esplendor del heroísmo.

[…]

Millán Astray es un bravucón. Le he visto yo mismo. Cuando comienza a gritar: «¡A mí, mis leones!», seguro que nos vemos en un momento en un fregado serio. Atacamos a la bayoneta en avalancha, mientras él hace caracolear su caballo y da media vuelta y se va al Estado Mayor: «Eh, ¿qué les parecen mis muchachos?» Se ha ganado la fama de héroe y ya no hay quien se la quite”.

“El día es tan hermoso, la luz tan violenta en el cielo limpio de nubes, la tierra tan rica de verde de hierba y árbol, y los hombres en el campo de batalla tan diminutos, que se pierde toda idea de guerra y se cree estar asistiendo a una función de teatro sobre un escenario colosal”.

“El orificio por donde una bala entra en el cuerpo es pequeñito, por donde sale es un boquete de bordes sanguinolentos, fibrosos de piltrafas de carne y pingajos de tela desgarrados por el metal”.

 

El Desastre de Annual

“Pero no puedo describir el olor. Penetramos en él como se entra en las aguas de un río. Nos sumergimos en él y allí no había ni fondo ni superficie; no había escape. Saturaba los vestidos y la piel, se filtraba a través de la nariz en la garganta y en los pulmones, nos hacía toser, estornudar, vomitar. El olor disolvía nuestra sustancia humana. La empapaba instantáneamente y la convertía en una masa viscosa. […]

Pero ¡los otros muertos! Aquellos muertos que íbamos encontrando, después de días bajo el sol de África que vuelve la carne fresca en vivero de gusanos en dos horas; aquellos cuerpos mutilados, momias cuyos vientres explotaron. Sin ojos o sin lengua, sin testículos, violados con estacas de alambrada, las manos atadas con sus propios intestinos, sin cabeza, sin brazos, sin piernas, serrados en dos. ¡Oh, aquellos muertos!”.

“Aquella masa de campesinos analfabetos, mandada por oficiales irresponsables, era el espinazo del ejército de España en Marruecos”.

 

 

Francisco Franco

Franco, del que un amigo de Barea, el legionario Sanchiz, le cuenta: “todo el mundo le odia, igual que todos los penados odian al jaque más criminal del presidio, y todos le obedecen y le respetan, porque se impone a todos los demás, exactamente como el matón de presidio se impone al presidio entero. Yo sé cuántos oficiales del Tercio se han ganado un tiro en la nuca en un ataque. Hay muchos que quisieran pegarle un tiro por la espalda a Franco, pero ninguno de ellos tiene el coraje de hacerlo. Les da miedo de que pueda volver la cabeza precisamente cuando están tomándole puntería. Yo le he visto marchar a la cabeza de todos, completamente derecho, cuando ninguno de nosotros nos atrevíamos a despegar los morros del suelo, de espesas que pasaban las balas. ¿Y quién era el valiente que le pegaba un tiro entonces? Te quedabas allí con la boca abierta, esperando que los moros le llenaran de agujeros a cada momento, y a la vez asustado de que lo hicieran, porque entonces estabas seguro que echabas a correr. Hay además otra cosa, es mucho más inteligente que Millán Astray. Sabe lo que se hace; y ésta es la otra razón por la que Millán Astray no puede tragarle. Se le queda mirando a un fulano con unos ojos muy grandes y muy serios y dice: «Que le peguen cuatro tiros». Y da media vuelta y se va tan tranquilo. Yo he visto a asesinos ponerse lívidos sólo porque Franco los ha mirado una vez de reojo. Además, ¡es un chinche! Dios te libre si falta algo de tu equipo, o si el fusil está sucio o si te haces el remolón. ¿Sabes?, yo creo que ese tío no es humano; no tiene nervios. Además, es un solitario. Yo creo que todos los oficiales le odian, porque los ¡trata igual que a nosotros y no hace amistad con ninguno de ellos. Ellos se van de juerga y se emborrachan -como cada hijo de vecino después de dos meses en el frente-, y éste se queda solo en la tienda o en el cuartel, como uno de esos escribientes viejos que tienen que ir a la oficina hasta los domingos. Nadie le entiende, y menos aún siendo tan joven”.

 


Madrid: “porque, tarde o temprano, todo el mundo cruza la Puerta del Sol”.

 

Madrid en la Guerra Civil

“La ciudad estaba tensa y viva, palpitando como una herida profunda de navaja de la que surge la sangre a borbotones y en cuyos labios los músculos se retuercen con dolor y con todo el vigor de la vida. Bombardeaban el centro de Madrid y este centro desbordaba de gentes que hablaban, chillaban, se empujaban y se mostraban uno a otro que estaban aún vivos”.

 

La Guerra Civil española como preludio

“Nuestra guerra había sido provocada por un grupo de generales que, a su vez, estaban manejados por los sectores de las derechas españolas más fanáticamente determinados a luchar contra cualquier desarrollo del país que fuera una amenaza para su casta. Pero los rebeldes habían cometido el error de recurrir a ayudas exteriores y convertir una guerra civil en una escaramuza internacional. España, su pueblo y su Gobierno, no existían más en una forma definida; eran el objeto de un experimento en el cual los países partidarios de un fascismo internacional y los países partidarios de socialismo o comunismo tomaban parte activa, mientras los demás países nos contemplaban como espectadores vitalmente interesados. Lo que estaba ocurriendo era un claro preludio del rumbo futuro de Europa y posiblemente del mundo. […]

Me parecía, sin duda alguna, que las clases directoras de Europa esperaban mantenerse como dueñas de la situación después de una derrota del comunismo y una debilitación del fascismo, que podía entonces ser explotado y usado ventajosamente por ellas. Así, su papel era proteger al fascismo contra el peligro de perder su guerra definitivamente en España, porque el fascismo era para ellos un mal menor o, mejor aún, un beneficio en potencia. Esto se traducía en la no intervención, en la capitulación del Gobierno de la República en manos de la Rusia soviética, y en la de los rebeldes en las manos de Alemania e Italia. No podíamos ganar la guerra. […]

Estábamos condenados de antemano. Y sin embargo continuábamos una lucha feroz. ¿Por qué? No teníamos otra solución. Ante España no había más que dos caminos: la terrible esperanza, peor aún que desesperación, de que estallara una guerra europea y obligara a alguno de los otros países a intervenir contra la Alemania de Hitler; y la desesperada solución de sacrificarnos nosotros mismos para que otros pudieran ganar tiempo y hacer sus preparativos, y así, cuando un día llegara el fin del fascismo, tener el derecho de pedir nuestra compensación. En cualquiera de los dos casos teníamos que pagar con la moneda de nuestra sangre y la destrucción bárbara de nuestro propio suelo. Era por esto que muchos miles, que se enfrentaban en el frente con la muerte, luchaban con un credo y una convicción política, con fe y con esperanza de victoria”.

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