El franquismo y el Estado de excepción permanente


Cuando en 2013 publiqué mi propio libro sobre la dictadura del general Franco hubo algunos (muchos, cómo si no) aspectos que no desarrollé como merecieron. Trato de compensar aquel defecto en modo alguno achacable a otra razón que a la decidida brevedad de mi análisis. Hoy recurro al artículo ‘Control social y control policial en la dictadura franquista’, de Carmen González Martínez y Manuel Ortiz Heras (aparecido en el nº 7 de Historia del Presente, 2007) precisamente para desarrollar el control ejercido durante el franquismo para dominar a la sociedad gobernada (y sojuzgada a la vez).

 

“El Estado franquista construyó una sociedad disciplinaria que conjugó a lo largo de los años varios proyectos para la consecución de sus fines. Las transformaciones del país y el éxito de sus políticas de terror posibilitaron el paso de una vigilancia extrema a otra más generalizada caracterizada por el panopticismo, es decir, por el afán de control, de vigilancia y observación. Efectivamente, «la sociedad franquista estaba obsesionada con la supervisión/sujeción y el orden».”

 

Quede claro. No es que la violencia fuera “exclusivamente un instrumento de la dictadura en la inmediata posguerra” sino que se trató de una característica propia del régimen franquista durante toda su existencia y “duró hasta sus últimos momentos, llegando a impregnar todos los aspectos de la vida cotidiana de la población”. Como sostienen los autores, la dictadura del general Franco “supuso la implantación de un régimen de represión continuada en el que la violencia política fue un ingrediente consustancial”.


La dictadura franquista fue un “Estado represivo que podríamos calificar, sin exageración, como Estado de excepción permanente continuado”.

Como conclusión, en su artículo, González Martínez y Ortiz Heras, mantienen que ese régimen de terror, control social y control policial que fue el régimen salido de la Guerra Civil llevó a cabo en primera instancia la conquista del poder, la restauración del orden público tradicional y la liquidación del sistema político-social instaurado durante la Segunda República, valiéndose para para ello de un régimen militar de excepción; y que tras ese “primer periodo de predominio aplastante de la violencia física, el carácter estructural de la violencia franquista siguió ofreciéndose como pieza clave del ordenamiento jurídico-político de la dictadura hasta su desarticulación”.

A la coacción evidente se añadió un instrumental jurídico y legislativo dominado por el régimen de excepción. La palabra represión es inherente al ejercicio del poder de la dictadura franquista, y fue aplicada para el escarmiento social, “la neutralización de la disidencia política activa” y la creación de “un amplio sentimiento de sumisión y de pasividad políticas”. Para aquella dictadura, su consolidación pasó siempre por identificar el orden público con una guerra permanente que no necesitaba ni tan siquiera ser declarada.

Ni que decir tiene que en los años en que gobernó España el general Francisco Franco, en todos ellos, la sociedad civil estuvo sometida al Estado.

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