El día que comenzó la Guerra Civil
El libro 18 de julio. El día que comenzó la Guerra Civil, escrito por la historiadora Pilar Mera Costas, fue publicado en 2021 y forma parte de la colección editada por Taurus bajo el nombre de ‘La España del siglo XX en siete días’, de indudable interés. Un interés divulgativo, el más noble y útil interés de cualquier texto de Historia que se precie.
Comienzo por decir que 18 de julio es un libro magnífico. Explica
algo aparentemente incomprensible, como suele serlo el pasado, y lo hace por
medio del acopio de las fuentes necesarias para traernos, a todos, aquellos
días aciagos y su complejo contexto. A todos. Y lo hace por medio de un
sobresaliente estilo literario (siempre historiográfico, de ahí su exacto
valor). Explicar. Explicar bien. Escribir. Escribir bien. Mera Costas, gracias.
Hoy conocemos el desenlace de todo aquello, pero ignoramos cuanto hace de
“aquel instante otro tiempo y otro lugar, lo que convierte el pasado en un país
extraño. Por eso, antes de mirar atrás está bien recordar estas palabras de
José María Varela Rendueles, que aquel sábado de julio era gobernador civil de
Sevilla. Porque ahora nosotros sabemos cómo termina la historia, pero en 1936
ellos no.
‘Lo que hoy puede
parecer ingenuidad, indecisión, exceso de confianza, era entonces el ser como
se debía ser, el juzgar ecuánime, libre de apasionamientos, el confiar en la
verdad ajena y en la ajena lealtad. […]
Luego resultó que todos
llevábamos pólvora en el alma y la pistola o el fusil montados, dispuestos a
disparar”.
Dedica Mera Costas la mitad del libro a algo esencial: contextualizar
aquel tiempo. Explicar cómo se llegó a tan fatídico día. Y lo hace
magníficamente.
[…]
Varias fueron las líneas conspirativas trenzadas en contra de la Segunda
República, “lideradas por el entramado militar pero con la colaboración, el
apoyo y la connivencia de los principales grupos políticos de las derechas”. La
rama militar y la rama civil “repartieron sus esfuerzos en tareas complementarias
de organización, contacto, financiación y agitación para preparar el terreno”.
Si bien las conspiraciones comenzaron el mismo mes de abril del año 31,
acabó por resultar fundamental la victoria del Frente Popular en febrero de
1936, lo cual “terminó de decidir a un grupo importante de militares que
consolidaban así su apuesta por un camino que no habían cruzado antes porque
todavía lo consideraban condenado al fracaso”. La rebelión fallida de abril de
ese mismo año “sentó las bases de lo que vendría a continuación: un movimiento
de primacía militar con el apoyo subordinado de las fuerzas políticas de las
derechas”. Era un proyecto centrado en “la idea del Frente Popular como enemigo
común”, con el general José Sanjurjo como líder espiritual y el general
Emilio Mola “como responsable máximo del diseño y la puesta en marcha de la
sublevación”.
Si Falange aportaría “hombres sin armas de guerra pero entrenados en
pistolerismo y violencia callejera”, los alfonsinos harían lo propio con la
financiación y los contactos internacionales que podrían traducirse en armas y
prestigio, mientras que la CEDA daría su “capacidad de atracción del
catolicismo militante” y los carlistas “los efectivos militarizados y la
tradición”. Por encima de todos ellos, su cabeza, el elemento primordial de la
conspiración: el Ejército.
Llegamos al día del golpe militar, el 17 de julio. Y al más emblemático y
señero día siguiente, el que da título al libro de Pilar Mera: el 18 de julio.
La contracubierta del volumen reza lo siguiente:
“El 18 de julio de 1936,
el Gobierno de la Segunda República se dirigió a los españoles a través de la
radio para anunciar la rebelión del Ejército Marruecos. Eran las ocho y media
de la mañana. Aunque la nota intentaba transmitir calma y normalidad, la vida
de todo un país se detuvo entre tiros y rumores. Después de meses conspirando,
los principales mandos militares se sublevaron por toda España. Un caluroso
sábado de julio se convirtió en una frenética sucesión de horas dudas
traiciones y muerte. El golpe no triunfó, pero debilitó al Estado republicano y
desencadenó la revolución que decía querer evitar: el mapa se rompió en dos.
Comenzaba la Guerra Civil”.
¿Fueron prudentes Manuel Azaña y Santiago Casares Quiroga, presidente de
la República y presidente del Gobierno respectivamente, o fueron indiferentes
ante los muchos indicios de lo que dio finalmente en ser una sublevación? Si
bien hay quienes se han hecho esa pregunta, lo que sin duda fueron ambos, en
sus intentos de neutralizar la conspiración, es “conscientes de la debilidad y
las limitaciones políticas y administrativas del Estado”.
Después de que el republicano Diego Martínez Barrio, que había recibido el encargo de formar Gobierno por parte de Azaña para sustituir a Casares Quiroga, renunciara tras intentarlo al considerar que no tenía el apoyo a la calle, es otro republicano, éste amigo personal del jefe de Estado, José Giral, quien forma Gobierno el 19, el mismo día en que el golpe llegaba a su momento culminante: el general Francisco Franco aterrizaba en Marruecos para liderar las tropas de élite ya alzadas allí y Mola leía su bando de guerra en Pamplona. Giral decidía entregar finalmente las armas a los obreros organizados.
“Entre el 17 y el 20 de
julio, los cuatro días que tardó el Gobierno republicano en sofocar la rebelión en
Madrid, la insurrección recorrió todo el territorio español de forma
contagiosa, virulenta y con resultados desiguales”.
Y no hay que olvidar que “el primer escenario de la guerra civil se vivió
en los cuarteles”.
“Ninguna ciudad de
España se mantuvo en poder de la República sin la ayuda de al menos una parte
de las fuerzas de orden público. Fue por tanto la decisión del grueso de las
guarniciones militares de participar o no en la rebelión, o la posición de la
Guardia Civil y de Asalto, en los casos en los que su número de leales
equilibró al de los militares sublevados, lo que decantó la suerte de la
rebelión”.
Por otra parte, “a pesar de la imagen romántica que se ha dado en
ocasiones de la resistencia a la insurrección del 18 de julio de 1936, la
victoria o la derrota de esta no se puede medir en términos de entrega y
valentía popular”. Como muchos historiadores, los que menos interés tienen en
explicar aquellos días como los del triunfo del pueblo en determinadas
ocasiones, para Mera Costas, “la acción de las milicias fue un componente
importante en la contención de la rebelión, pero la respuesta civil no fue
suficiente para asegurar su fracaso”.
La violencia masiva que se desató no se limitó al frente de guerra, pues
“la combinación de odio y miedo dio como resultado un balance atroz”: a los
200.000 muertos en acciones bélicas durante los tres años del conflicto habría
que sumar las 185.000 víctimas de las dos retaguardias: 130.000 obra de la
represión franquista, 100.000 de ellas durante la guerra; en tanto que las
víctimas del bando republicano alcanzarían las 55.000, el 80% de las cuales se
registraron en los primeros cinco meses de la guerra.
“No es fácil fijar el
momento exacto en que el golpe dejó de ser golpe y se convirtió en guerra”.
El caso es que aquello dio en ser una guerra, una guerra civil en la que
“todas las fichas terminaron jugando a favor de los golpistas”. Y la
consecuencia de todo aquello, del golpe que no supo triunfar hasta tres años de
guerra provocada por su fracaso y de la dictadura consiguiente fue que aquella
guerra (que “sufrieron sobre todo los civiles”) lo que hizo finalmente fue
cerrar “el camino de la democracia, las reformas las palabras y el progreso: se
impusieron la voracidad, la destrucción y la violencia”.
Este texto pertenece a mi artículo ‘El 18 de julio de
1936 español’, publicado el 15 de julio de 2022 en Nueva Tribuna,
que puedes leer completo EN
ESTE ENLACE.
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