Identidad e imagen de España y los españoles, POR Juan Pedro Cavero Coll
A medida que, a lo largo de la Edad Moderna, fueron formándose en Europa esas entidades político-sociales que son los estados surgieron también los conceptos o ideas que, de tales estados, configuraron tanto sus propias poblaciones como los demás. La identidad colectiva constituye la percepción que una sociedad ―en el caso que nos ocupa, los ciudadanos nacionales― tiene de sí misma, mientras su imagen colectiva viene determinada por la percepción que los demás ―los extranjeros― tienen de dicha sociedad.
Desde las últimas décadas del siglo XIX
se ha hablado y escrito mucho sobre la existencia o no de una identidad española y
sobre sus posibles caracteres, temas que han suscitado la aparición de
excelentes artículos y de ardientes controversias historiográficas. Paralelo a
este debate se han planteado cuestiones como la concepción de España como problema y
la potencial coexistencia de dos
o más Españas enfrentadas ideológicamente. Sí parece al
menos que, a diferencia de lo que ocurre en países como Estados Unidos,
Francia, Alemania o Japón, en el último siglo aparecen con cierta
recurrencia controversias
sobre la realidad o no de una idea de Estado en España.
En cualquier caso, sabemos que los antecedentes jurídico-políticos de
España se remontan a la época
romana, siendo pocos los países del mundo que hunden sus raíces
en tiempos tan pretéritos. El propio nombre de España procede
fonéticamente del término latino Hispania;
y este, a su vez, parece derivar del fenicio I-shphanim o,
quizá, Hi-shphanim (‘Isla
de conejos’). La realidad geográfica de la Hispania romana fue, sin embargo, más
grande que la España posterior, al englobar el conjunto de la península Ibérica
y parte del norte de África.
Desde entonces se han sucedido dos
milenios y varias etapas históricas que, de una u otra manera, han influido en
las sucesivas generaciones de españoles o, más precisamente, habitantes de
la península Ibérica.
Entre estos, algunos intelectuales ―sobre todo a partir de la consolidación de
los estados nacionales en la Edad Moderna― fueron plasmando en variados
escritos sus pareceres sobre algunos de los acontecimientos que iban
acaeciendo. Por ejemplo, los arbitristas del
siglo XVII recurrieron entre otras a particularidades relativas a un supuesto «carácter nacional» ―según
ellos, la religiosidad exacerbada, la ociosidad, el despilfarro, etc.― para
explicar la decadencia económica española. En la centuria siguiente, autores
como Feijoo y
el jesuita Masdeu también
aludieron en algunas obras al carácter nacional para dilucidar hechos
contemporáneos.
El debate sobre la existencia y la esencia de España creció
en complejidad desde el siglo XIX y en él han participado, entre otros, el
regeneracionista Joaquín
Costa, Ángel
Ganivet, krausistas como Giner de los Ríos, casticistas como Menéndez Pelayo, autores
de la Generación del
98 (Unamuno, Machado, Baroja, Azorín, Menéndez Pidal) y de
la Generación de 1914 (Ortega
y Gasset, Azaña, Pérez de Ayala), además de otros coetáneos exiliados
como Salvador de
Madariaga, Américo Castro y Claudio Sánchez Albornoz. Desde el
interior y durante la dictadura franquista también aludieron al concepto de
España los historiadores José
Antonio Maravall y Jaume Vicens Vives. Y posteriormente, el
tema de España y de su identidad ha sido retomado de varias formas, por
ejemplo, por Juan
Pablo Fusi, Julián Marías, Luis Suárez Fernández, Eloy Benito Ruano, Carmen
Iglesias y Santos Juliá.
Como indicamos al principio, a ese debate
entre españoles sobre la existencia o no de una identidad colectiva acompaña
desde la Edad Moderna ―época, recordémoslo, de nacimiento de los estados
nacionales― la
percepción o imagen que de España y de sus habitantes hacen los extranjeros.
Entre los estudios sobre este tema destacan los realizados, respectivamente,
por los sociólogos Emilio
Lamo de Espinosa (2000) y Javier Noya (2002),
y el más reciente de David
Miranda Torres, autor de una tesis doctoral (2010).
En concreto, en su relevante artículo «La
imagen de España en el exterior. Conclusiones de una investigación.» (Revista española de estudios
agrosociales y pesqueros, Nº 189, 2000), el sociólogo Lamo de
Espinosa afirma que dicha imagen es resultado de los siguientes procesos:
–
Las relaciones históricas entre las naciones y, sobre todo, el recuerdo actual
de esas relaciones.
–
Eventos recientes, como la Guerra Civil y la transición democrática.
Además, Lamo de Espinosa destaca dos
características relacionadas con esa imagen de España:
–
El protagonismo de dos arquetipos, uno derivado de la «leyenda negra» ―en la
que pronto nos detendremos― y su secuela en la Ilustración (el «arquetipo
ilustrado», predominante, por ejemplo, en Gran Bretaña) y otro relacionado con
la imagen romántica decimonónica («el arquetipo romántico», preponderante, por
ejemplo, en Francia).
–
Las regiones más influyentes en la formación de la imagen que los extranjeros
tienen de España han ido cambiando con el tiempo: Aragón (Cataluña) destacó en
los siglos XV y XVI, Castilla hasta el XVIII, Andalucía en el XIX, de nuevo
Castilla en el XX y una renovada presencia de Cataluña (especialmente de
Barcelona) a fines de la pasada centuria.
Por su parte, en la obra colectiva La política exterior de España
(1800-2003), en un capítulo que tituló «La imagen de España en el
mundo: la “marca España”», el historiador Rafael Núñez Florencio afirmó
que el estudio de la imagen de la España de los últimos siglos debe tomar como «punto
de partida» la época imperial, especialmente los tiempos de Carlos V y Felipe II.
Según Núñez Florencio, «no puede trazarse ningún esbozo de la España
contemporánea sin aludir a la caracterización nacional que se fragua en
aquellas fechas, esa amalgama de quejas, protestas bienintencionadas, libelos y
simples patrañas que aquí denominamos “leyenda negra”».
Se dice que la expresión «leyenda negra»
fue utilizada por vez primera por Emilia
Pardo Bazán en una conferencia en París en 1899, siendo
diez años más tarde empleada por Vicente
Blasco Ibáñez en una ponencia en Buenos Aires; también la
usaron a principios del siglo XX autores como Adolfo Posada y González de Baquero. Sin
embargo, la locución «leyenda negra» fue popularizada por Julián Juderías tras
publicar su obra La
leyenda negra. Estudios acerca del concepto de España en el extranjero (1914),
especialmente después de su segunda edición (1917). En dicho libro, Juderías
describe la «leyenda negra» como
[…] el ambiente creado por los relatos fantásticos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en todos los países, las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y como colectividad, la negación o por lo menos la ignorancia sistemática de cuanto es favorable y hermoso en las diversas manifestaciones de la cultura y el arte, las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España, fundándose para ello en hechos exagerados, mal interpretados o falsos en su totalidad.
En relación con esa «leyenda negra»,
Núñez Florencio resalta tres factores: que ciertas críticas surgen del interior
(Las Casas, Antonio Pérez,
González Montano), que el éxito de la caracterización colectiva
se basa en su consistencia y coherencia interna (y ello conlleva eliminar
aspectos que no encajan en el cliché) y que durante largo tiempo quedará fijada
una imagen negativa de España. Según el mencionado historiador, rasgos básicos
de dicha imagen han sido: a nivel político, la concepción de España como un país tendente a la
represión, fruto de una idea autoritaria y despótica del poder
(simbolizado especialmente por Felipe II); y en el plano religioso, un catolicismo primitivo,
cerril, oscurantista y terriblemente fanático (encarnado en la Inquisición y en
Torquemada). Junto a ello, prosigue Núñez Florencio, «como pueblo o
civilización el español descuella por su falta de cultura, la brutalidad y el
afán de destrucción, hasta el punto de que, como Atila, arrasa la tierra que
pisa, tanto en Roma como en Alemania (Carlos V), de los Países Bajos (duque de
Alba) al Nuevo Continente (Hernán Cortés)».
Aunque la realidad histórica muestra que
la percepción exterior de España y de sus habitantes difiere según los periodos
y los países, cabe destacar la periodización al
respecto referida a Inglaterra ―válida también para otros países europeos―
propuesta por el hispanista Hugh
Thomas, que facilita el conocimiento y la comprensión de
algunos de los tópicos sobre España: primero, la España enemiga y temida de
la primera Edad Moderna; a continuación, la «España decadente» de fines del siglo XVII y
del XVIII; después, la «España
romántica» y orientalizada de «los turcos de Europa» y la
«España beligerante» de la Guerra Civil; y finalmente, tras el franquismo y la
transición, numerosos autores han normalizado su visión de España, aunque
continúa la propensión a recurrir a antiguos clichés.
En la actualidad, según Manuel Lucena Giraldo («Los
estereotipos sobre la imagen de España», Norba, Vol. 19, 2006), las imágenes vinculadas
a la «leyenda negra» ―arrogancia, ineficacia, mal gobierno, intolerancia―
coexisten con otras derivadas del romanticismo ―exotismo, orientalización,
apasionamiento, etc.―. A juicio de Lucena, «esta bipolaridad de imágenes y
estereotipos, aunque matizada por el proceso de normalización comenzado en
1975, que ha tenido señalados éxitos, mantiene la imagen de España atrapada
entre dos extremos que dificultan la creación de una marca-país y las acciones
de la diplomacia pública», rémora ya apuntada por García de Cortázar en su
libro Los mitos de la
historia de España (2003).
Probablemente consciente también de estos
y de otros inconvenientes, en su implacable artículo «La destrucción de la imagen de
España», publicado en 1994 en la revista Cuenta y Razón, Julián Marías se
dolía del ―a su juicio― escaso número de autores españoles que ofrecían una
imagen «verdadera y por eso atractiva» de España, y achacaba a oscuros rencores y vagos complejos de inferioridad el
empeño de algunos españoles por denigrar
la imagen de su propio país. Más adelante, Marías añadía:
Creo que la imagen de la realidad histórica y social a la que pertenecemos tiene enorme importancia. Es ella la que permite la verdadera convivencia, la proyección histórica, el enriquecimiento de la personalidad. En todos los niveles, en nuestro mundo tres: regiones, naciones, Europa; a los cuales hay que agregar desde hace bastante tiempo un cuarto: Occidente. Niveles que no se excluyen sino que han de integrarse, que deben tener la mayor riqueza posible.
Convencidos de la importancia de la imagen de España en el
exterior, y de su valor
potencial en la actualidad, también en términos económicos,
ofrecemos a continuación algunas reflexiones sobre el tema basadas en datos,
con objeto de contribuir a concienciar a la opinión pública del enriquecimiento
cultural y material que genera para la mayoría de los españoles mejorar e
impulsar la «marca España».
[ESTE TEXTO PERTENECE AL ARTÍCULO
DE Juan Pedro Cavero Coll ‘La
Historia y la imagen. La marca «España» en un mundo globalizado (I)’, publicado en ANATOMÍA
DE LA HISTORIA el 27 de junio de 2012]
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