Los recuerdos del porvenir de Elena Garro

Los recuerdos del porvenir es el título de la primera novela de la escritora mexicana Elena Garro. Apareció publicada en 1963 pero fue escrita once años antes.

 

“Aquí estoy, sentado sobre esta piedra aparente. Sólo mi memoria sabe lo que encierra”.

 


Ese es el comienzo deslumbrante de una novela muy especial, una novela de la que en esta edición reciente de Alfaguara (del año 2019) que acabo de leer se dice, lo escribe otra escritora mexicana, ésta en activo, Guadalupe Nettel, que es, “junto con Pedro Páramo, probablemente la mejor novela mexicana escrita en el siglo XX”. Leo en esa edición también que Los recuerdos del porvenir “es una ficción extraordinaria, una de esas llamadas a ser clásicos: porque habla de sí misma, de su ser ficción, como todas las novelas, pero también porque habla de nosotros: los de entonces y los de ahora”. Eso afirma la escritora argentina Gabriela Cabezón Cámara.

Su narrador es un lugar, es un ámbito imaginario (lo sabemos pero al leer la novela debemos ignorarlo, faltaría más, o asumirlo con la naturalidad lectora del que sabe dejarse embaucar por los escritores, por las escritoras) llamado Ixtepec, un trasunto de la ciudad mexicana de Iguala, donde se crio Garro (eso lo sabemos tras leer la novela, pero dicho queda).

 

“Yo supe de otros tiempos: fui fundado, sitiado, conquistado y engalanado para recibir ejércitos. Supe del goce indecible de la guerra, creadora del desorden y la aventura imprevisible. Después me dejaron quieto mucho tiempo”.

 


Garro, especialmente a través de Los recuerdos del porvenir, ha sido considerada a menudo, lo fue cuando ella aún vivía, precursora del llamado realismo mágico, como el propio Juan Rulfo, si bien a ella se le ignoró durante muchos años, en ese inmenso ocultamiento que tantas veces han permanecido las grandes aportaciones de las mujeres a la cultura universal. “¿Por qué precursora?”, se pregunta Cabezón Cámara, quien sentencia: “más bien habría que pensar a Garro como una de las cimas del realismo mágico; aunque, a quién le importa ya esa etiqueta de mercado” (que la misma Elena desconsideraba por ser efectivamente no otra cosa que eso, una herramienta para vender, para vender libros).

El tiempo es en la novela un personaje de primera, es la fina esencia sobre la que la autora urde una trama de seda negra y sangre:

 

“Como en las tragedias, vivíamos dentro de un tiempo quieto y los personajes sucumbían presos en ese instante detenido. Era en vano que hicieran gestos cada vez más sangrientos. Habíamos abolido al tiempo.

La noticia de la llegada del extranjero corrió por la mañana con la velocidad de la alegría”.

 

Un tiempo que históricamente es el tiempo de los estertores de la Revolución Mexicana y del nacimiento del movimiento cristero, aunque siendo esa su circunscripción de calendario, el tiempo de Los recuerdos del porvenir es un sitio de latidos, espera (“solo sé que mi memoria es siempre una interminable espera” nos dice Ixtepec), crueldad (una crueldad de macho, machista: “ahora van a saber que lleno mi cama con la que más les duele”) y de duda ante si lo que se vive son las horas de un futuro inventado. Un tiempo que puede contener “un pasado de vainilla”.

 

“Era viernes. La noche estaba inmóvil, se oía el respirar pesado de las montañas secas que me encierran, el cielo negro sin nubes había bajado hasta tocar tierra, un calor tenebroso volvía invisibles los perfiles de las casas. La calle del Correo callaba, ninguna raya de luz rompía sus tinieblas”.

 

Ixtepec siempre esperando, mientras los años van y vienen y “siempre hay las mismas luces, los mismos pájaros y la misma ira”.

Elena Garro, feminista antes de asumirse como tal, según ella misma admitió, escribe así:

 

“El día amaneció radiante y nuevo. Las hojas fortalecidas por la lluvia brillaban en todos los tonos del verde. Del campo llegaba un olor a tierra nueva y de los montes húmedos se desprendía un vapor cargado de esencias. El río, crecido después de tantos meses de sequía, avanzaba por su cauce amarillo llevando ramas rotas y animales ahogados”.

 


Gloria literaria pura, pero una gloria literatura que requiere de un peculiar esfuerzo lector que admito. A veces considerable.

 

“De su corazón brotaban piedras que corrían por su cuerpo y lo volvían inamovible”.

 

¿Será verdad que siempre “hay que escoger entre el placer de uno y el de los otros”?

 

“Aquí estaré con mi amor a solas, como recuerdo del porvenir, por los siglos de los siglos”.

 

Creo que leer a Elena Garro, al menos esta novela suya tan cargada de sensibilidad literaria (aunque sea para mostrar un tiempo que siempre está ahí, ante nosotros, cargado de la dura miseria de los poderosos y de la invisible resistencia de quienes sin saberlo en realidad lo único que hacen es resistir, vivir), es una experiencia que un lector que se precie debe acometer alguna vez en su vida.

 

“Hubiera querido llevarlos a pasear por mi memoria para que vieran a las generaciones ya muertas: nada quedaba de sus lágrimas y duelos. Extraviados en sí mismos, ignoraban que una vida no basta para descubrir los infinitos sabores de la menta, las luces de una noche o la multitud de calores de que están hechos los colores. Una generación sucede a la otra, y cada una repite los actos de la anterior. Sólo un instante antes de morir descubren que era posible sonar y dibujar el mundo a su manera, para luego despertar y empezar un dibujo diferente. Y descubren también que hubo un tiempo en que pudieron poseer el viaje inmóvil de los árboles y la navegación de las estrellas, y recuerdan el lenguaje cifrado de los animales y las ciudades abiertas en el aire por los pájaros. Durante unos segundos vuelven a las horas que guardan su infancia y el olor de las hierbas, pero ya es tarde y tienen que decir adiós y descubren que en un rincón está su vida esperándoles y sus ojos se abren al paisaje sombrío de sus disputas y sus crímenes y se van asombradas del dibujo que hicieron con sus años. Y vienen otras generaciones a repetir sus mismos gestos y su mismo asombro final. Y así las seguiré viendo a través de los siglos, hasta el día en que no sea ni siquiera un montón de polvo y los hombres que pasen por aquí no tengan ni memoria de que fui Ixtepec”.

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