El Támesis de Penelope Fitzgerald: la extraordinaria novela A la deriva


La tercera novela de la escritora británica Penelope Fitzgerald lleva por título Offshore y fue publicada en 1979. Traducida al español por vez primera en 2000, la edición que acabo de leer es la de 2018, vertida a mi lengua, con el título de A la deriva, por Mariano Peyrou. Fitzgerald, que se basó al escribirla de alguna manera en su propia experiencia viviendo durante algún tiempo sobre una embarcación anclada en una orilla londinense del Támesis, la encuadró en un peculiar género narrativo: la tragifarsa.


A la deriva
, ambientada en el Londres de comienzos de la década de los 60, es una novela extraordinaria en su pequeña extensión de páginas exactas.

 

“A Tilda no le importaba nada el futuro y, por lo tanto, tenía una gran capacidad para ser feliz. En aquel momento sentía una felicidad absoluta: estaba esperando a que cambiara la marea. […] Las gabarras se balanceaban en sus embarcaderos, señalando en todas direcciones, desamparadas sin las instrucciones de la marea. Era extraño ver moverse las nubes cuando el agua estaba tan quieta”.


Te puedes hacer una idea cabal de la escritura de Penelope Fitzgerald, de su envolvente capacidad literaria en la siguiente pieza, que forma parte de una conversación que sólo tiene lugar en la cabeza (sic) de la protagonista de la novela, Nenna James (como su hija Tilda, los dos únicos personajes de los que la autora dice en alguna ocasión que se encuentran “a la deriva”, Nenna James, que se imagina cómo sería “subir y bajar y fluir como la marea, sin voluntad, al calor del amor y de la buena educación”):

 

“Puede que conozcan los cuadros de Whistler, o quizá la cita de Whistler, según la cual, cuando la neblina del atardecer cubre la ribera con poesía como con un velo y los pobres edificios se pierden en la penumbra del cielo, y las altas chimeneas se convierten en campanarios, y los almacenes son palacios en la noche, y la ciudad entera cuelga de los cielos, y el país de las hadas se extiende ante nosotros, entonces el caminante se apresura rumbo a su hogar, y la naturaleza, que, por una vez, ha cantado afinando, entona su exquisita canción solo para el artista, su hijo y su amo. Su hijo, porque la ama; su amo, porque la conoce”.

 

Más que el ámbito de la novela, el Támesis es casi un personaje también. Un personaje de una presencia inconfundible.

 

          “La negrura parecía surgir del río para hacerse con el cielo. […]

Cuando la marea estaba baja, se dedicaban a contemplar los brillos de la zona intermareal; si estaba en un nivel intermedio, escuchaban cómo el agua se reía entre dientes esperando el momento de ponerse a jugar con los barcos y alzarlos con ella; sí estaba alta, les parecía que el río era un poderoso dios con una barba semejante a la espuma blanca de los detergentes que llamaba a los veintisiete ríos perdidos de Londres para que volvieran a casa y que suspiraba mientras sucumbía la noche”.

 


Los personajes de carne y hueso de A la deriva son personajes capaces de hacer “de la inactividad una virtud”, personajes que dormían mejor cuando podían “oír cómo las gabarras que estaban ancladas chocaban unas contra otras durante toda la noche, como ataúdes de hierro en el día de la Resurrección, y de fondo, el susurro del agua que rompía contra los escollos”, personajes como Maurice, que “necesitaba que lo peligroso y lo ridículo formaran parte de su vida; de lo contrario, su sensibilidad lo abrumaría”. Personajes para los que, en determinada ocasión, “la realidad parecía haber aflojado el dominio que solía ejercer, del mismo modo en que el día titubeaba entre la noche y la mañana”.

Leer A la deriva supone adentrarse en el intrincado mundo de las personas que, en ocasiones, se posan afanosas o indulgentes sobre las páginas de las escritoras o los escritores dotados del alma genuina de la literatura.

 

“Todas las distancias son iguales para aquellos que nunca se ven”.

 

Debería leer más novelas de Penelope Fitzgerald.

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