A Leonard Cohen


Dijiste adiós con canciones hermosas,

como se despiden los gigantes de plata:

soplando en nuestros oídos briznas de hierba,

luminosas cadencias encapsuladas.

Gracias por la música y por el tiempo,

gracias por cada palabra susurrada:

nos dejas con la sonrisa que merecemos,

fundidos como diamantes de pradera.


Si no tuviera tu amor, canta Leonard y me impacta su terror:

un espasmo del futuro ensimismado en cápsulas de suelas abrasadas.

Si no tuviera tu amor me lame un golpe de hielo,

un estruendo de fieltro ardiendo.

¡Qué terrible es la palabra si, la palabra no, la palabra tuviera¡

¡Qué terribles las palabras tu y amor¡

Si no lo tuviera, tu amor, diría que sería una molécula de abismo,

un cráter estratosférico horadando la nada con muecas.

Si no lo tuviera estaría en la lona de las ruinas

donde se pesan los camiones de estiércol,

en las gradas de una guerra civil, atado a un mástil astillado y rugiente.

Si no tuviera tu amor, debería regresar al porvenir de los bisontes.


Repasamos el presente como colonos inadvertidos repletos de la inconsciencia repelente de los gatos,

como si las canciones de Leonard Cohen fingieran exactamente igual que enamorados heridos.


Que la grieta no prevalezca en la luz.

Ojalá aquella guitarra de la que Leonard Cohen aprendiera todas sus canciones

restalle en cada racimo de uvas.


Todo el mundo lo sabe: el futuro es una avalancha de aves posadas sobre los alambres de la caridad.

Quien por el fuego quiere más oscuridad y que antes apaguemos la llama.

Y si esa es su voluntad, muéstrenos el lugar.

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