Los Pájaros de Tocornal
La más reciente novela publicada por el escritor español Antonio Tocornal me ha recordado al leerla cuánto disfrutaba yo leyendo los cuentos y las novelas del escritor colombiano Gabriel García Márquez, aquellas historias tan literarias, es decir, tan mágicamente reales.
Pájaros en un cielo de estaño, así se
lo he dicho ya a su autor, me ha parecido exquisitamente hilarante. Publicada
en 2020, es una obra que Tocornal acierta al dotarla de un preámbulo
categórico, una cita del escritor francés Georges Perec:
“Los recuerdos son trozos de vida
arrancados al vacío. Sin amarras. Sin nada que los fondee, sin nada que los
fije. Casi nada los ratifica. Sin más cronología que la que yo, con el paso del
tiempo, he reconstruido arbitrariamente”.
Me da la
impresión de que, más que con un ejercicio desde la memoria del ciudadano
Tocornal, en Pájaros en un cielo de estaño, con lo que trata de
encandilarnos el escritor Tocornal es con su rigurosa literatura
repleta de una imaginación desbordante que logra hacer creíble, asumible,
estimulante, hipnótico, lo que no es nada más, y nada menos, que la Gran
Mentira de la Ficción exuberante y certera. Puro artificio de artista mayor.
“La memoria es la verdad. Al fin y
al cabo, nada queda de lo que realmente ocurrió salvo nuestros recuerdos. Por
lo tanto, lo que recordamos es lo que ocurrió en realidad. Es uno de los pocos
lujos que nos quedan a los viejos: el poder moldear nuestra propia historia con
la memoria, de forma que, cuanto mejor haya madurado uno, más bello será su
pasado o, mejor dicho, el pasado que recuerde o el que se haya construido”.
[…]
En Pájaros
en un cielo de estaño, lo que parece ser un ensueño va deviniendo poco a
poco en una descacharrante novela cómica uncida
por las palabras talladas que Antonio Tocornal sabe administrar con soltura y
excelencia.
“Una gota de agua salada resume
todos los océanos. Un soplo de brisa en la cara sintetiza la devastación de los
huracanes venidos y por venir, y un puñadito de tierra encontrado en el fondo
de un bolsillo explica toda la masa del sistema solar”.
Uno de los
personajes de la novela de Tocornal, Elías el Motivos, es un
topo de aquellos que sobrevivieron a las primeras décadas represivas del
franquismo escondidos en su propio hogar. El capítulo que protagoniza es
sencillamente fabuloso: literatura de alto voltaje, probablemente el más
conectado con la realidad (es un decir) de todo el libro.
“Pero sobre todo cuando estaba solo
podía espiar la danza de las llamas. Era su recreo, la llama era lo único que
nunca se repetía. Cuando parecía que se iba a duplicar, que iba a reproducir
una llama anterior, siempre acababa por mutarse, con un requiebro, con una
alteración que lo hacía singular. Y toda esa danza se producía a una velocidad un
punto superior a la que hubiera sido comprensible para la percepción humana.
Era algo que sucedía con demasiada rapidez, en una situación en la que todo lo
demás sucedía con demasiada lentitud. Por eso el tiempo perdió su significado
para Elías el Motivos. Era también la única variación entre un instante y el
siguiente; entre un día y el anterior; lo que hacía diferente un año de otro;
la prueba de que el tiempo seguía corriendo, aunque él no fuese capaz de
entenderlo. El salvavidas que lo mantenía a flote sobre el abismo cenagoso de
la locura.”
[…]
En esta
novela uno agradece incluso el guiño que el autor se hace a sí mismo y a su
espléndida novela anterior, aquella inolvidable Bajamares.
Claro que,
quien nos cuenta todo esto, admite al final que “tal vez los retazos de
remembranza se han ido tejiendo con el tiempo por debajo de la verdad y lo que
hoy creo que aconteció no es más que la sombra de una evocación”.
¿Existirá
de veras el tal Antonio Tocornal?
Yo sé que
sí.
Este texto
pertenece a mi artículo ‘Antonio Tocornal deslumbra con Pájaros en un cielo
de estaño’, publicado el 21 de abril de 2021 en Nueva Tribuna,
que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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