Cosas que todos deberíamos saber: la autobiografía de Mark Oliver Everett

Things the Grandchildren Should Know es el título de la canción que cierra el elepé de 2005 del grupo musical Eels, Blinking Lights and Other Revelations, un disco brillante que comenzó a ser grabado en 1997, que tardó en elaborarse ocho años, un disco sobre la alegría de vivir cuya creación llevó a su compositor al borde del suicidio. También el título de las ¿memorias? del líder de Eels (Eels es básicamente él, aunque no sólo, claro: compone todas sus canciones propias, por ejemplo), Mark Oliver Everett (MOE), que aparecieron en 2008 y un año después como Cosas que los nietos deberían saber traducidas por Pablo Álvarez Ellacuria al español para la editorial Blackie Books.

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“He acabado por entender que algunos de los peores momentos de mi vida han desembocado en algunos de los mejores, así que no soy de los que devora con avidez el melodrama ajeno. Cada día es cada día, y punto”.

Cuando acabé de leer este libro peculiar, breve como lo son los mejores libros en los que se quiere hacer brillar el frío aleteo de cuanto se desvanece para siempre, había tomado cientos de notas de su brillante manera de contar el horror y el delirio y la gloria de la creación artística

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Porque Everett, nacido y criado en Virginia hasta que con 23 años decidió irse con su música a Los Ángeles, sabe que no es una persona normal, sea lo que sea ser normal. Está claro que él es un ser hipersensible a la manera que lo son los verdaderos artistas:

“Una vez que te han adiestrado para ser especial no te sientes cómodo no siéndolo”.

La vida del líder de Eels dispone de un “extraño universo paralelo”, la música. Su música:

“Vivo escondido dentro de mí mismo en la vida real (para evitar el dolor y la humillación), pero en cuanto subo a un escenario trato de montar un número apasionado y sentido. Es la hostia”.

La música siempre ha sido su gran alegría, junto a la compañía de su hermana ya muerta, Liz:

“Desde el mismo momento que tuve mi batería de juguete a los seis años anduve siempre metido en la música”.

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Hacer música de verdad, dedicarse a crear, a interpretar música (“preocupándote por el resultado”), hacer eso que de niño veías hacer a otros, eso tan divertido y emocionante, exige “trabajar muy duro, y es un modo de vida muy estresante. No es recomendable si no estás entregado por completo a la misión, si no estás dispuesto a renunciar a todo atisbo de vida real. Porque nadie se va a interesar tanto por lo que hagas como tú mismo, y cada día habrá nuevas batallas que librar, batallas difíciles y solitarias”. Lo dice alguien que es muy consciente de que la música le salvó la vida.

“¿Dónde estaría ahora si no hubiese podido concentrarme en ella? Seguramente en el mismo universo paralelo hacia el que partió mi hermana para reencontrarse con mi padre. Lo que quiero decir es que me tomo la música muy en serio. […]
Parece que siempre que no estoy trabajando en música nueva empiezo a marchitarme”.

La música, desde la muerte de sus padres y su única hermana, pasó a ser su familia, no en vano, “había puesto mi vida entera en ella”.

Este texto pertenece a mi artículo ‘El músico Mark Oliver Everett sigue sin tener nietos’, publicado el 3 de julio de 2020 en Analytiks, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE

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