En busca de Klingsor: Jorge Volpi y la inútil búsqueda de la verdad

El mexicano Jorge Volpi escribió en 1999 una novela en la que su protagonista, el matemático alemán Gustav Links, un personaje de ficción en medio de decenas de protagonistas reales de un pasado relativamente reciente, nos cuenta su versión de “cómo el azar ha gobernado el mundo” y cómo los hombres de ciencia tratan “en vano de domesticar su furia”.

          “Este inmenso error que hemos conocido como siglo XX”.

La ciencia es para Links “un sistema de signos que permite conocer el mundo y actuar sobre él”, y que, por tanto, “por definición, no conoce límites éticos o morales”.

“La ciencia no es más que un conjunto de inciertas proposiciones que es necesario corregir a cada instante”.

“Sólo tenemos la verdad que somos capaces de creer”, dice otro de los protagonistas de la novela, el teniente estadounidense y físico Francis Percy Bacon, “un científico liberal”.

La verdad: el amasijo esencial del mundo que conocemos o desconocemos, la espina dorsal de esta novela que es a su modo una novela de espías y algunas otras cosas más, esta novela en la que el Klingsor de su título es nada más y nada menos que el principal asesor científico de Adolf Hitler. Hitler, sí. Otra novela con Hitler dando guerra. Pero una novela que se sirve de la incomprensible poesía que se gastan los físicos, lo cual la hace distinta a cualquiera otra que yo haya leído.

El Bacon de En busca de Klingsor, para quien la matemática es “la única existencia verdadera”, sabía desde niño que “los números son mejores que las personas”, y que “uno siempre puede confiar en ellos”, pues no se alteran, no traicionan, “no te golpean por ser frágil”.

“Era mejor creer que el porvenir no es más que una posibilidad entre muchas, un escenario tan inexistente como el pasado”.

En medio de la Alemania derrotada en los años 40 del siglo XX, a la que llega en una misión científico-militar, Bacon comprende que “el mundo es neutro y su belleza o su fealdad sólo depende del estado interior de quien lo observa”.

No sólo la literatura se había vuelto imposible después de Auschwitz: “cualquier forma de felicidad era imposible después de Auschwitz”. Los alemanes, que habían aportado tantas víctimas de Hitler como los países más dañados, se vieron obligados tras la victoria aliada a resistirse a pedir una disculpa al mundo por los errores y las bestialidades nazis.

La verdad: “sólo busco la verdad”, le dice Bacon a Links en su primera conversación. Es esta la historia de hombres y mujeres que desde su estatura moral mostraron, tras el horror de los años 30 y 40 del siglo XX, que “la razón humana no conducía inexorablemente al abismo”. Hombres como el anciano científico alemán Max Planck.

La verdad. Sobre ella reflexiona a menudo Links, por supuesto, quien llega a afirmar que “una idea es válida sólo si se tiene poder para afirmar su veracidad”.

Se aprende mucho leyendo En busca de Klingsor. Como que los humanos somos débiles porque “no conocemos el futuro. Vivimos en un presente eterno, obsesionados con desentrañar el porvenir”. Para ocultar esa debilidad, inventamos, imaginamos, creamos: “observamos la realidad como un crimen” y actuamos como detectives.

“Estamos hechos de incertidumbre. Somos el resultado de una paradoja y de una imposibilidad. […] La verdad es sólo un espejismo, porque no conocemos otro territorio que el de la falsedad”.

La verdad. Una y otra vez. Links llega a exclamar “¡la verdad!, como si sirviese para algo…”

Hora es de plantearlo abiertamente: ¿es En busca de Klingsor otra novela con apariencia de ensayo histórico, otro libro de Historia incrustado en una novela o disfrazado de novela? Este libro que es también, a su manera, una novela de amor y ya vimos que una de espías: una novela donde se puede amar a alguien más que se ama a la verdad. “¿Y si la función del amor fuera convertir un instante aburrido e insignificante en algo lleno de vida?”, pregunta uno de sus personajes femeninos.

Volpi escribió un artefacto de poderosa atracción en sus primeras páginas que a mí me fue desgastando sin llegar a dinamitar la necesidad que iba teniendo de leerlo. Un artefacto que funciona como una novela y que he preferido leerlo como una novela en la que la verdad fluye como en la realidad, de esa manera alarmante que nos encandila antes de atraparnos en su incierta presencia de trampa.

Pedimos, exigimos, suplicamos la verdad, pero, “en el fondo, lo único que queremos es confirmar nuestros propios puntos de vista”.

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