“¡Quién no pone atención al tigre agazapado, a punto de saltar!” Dickens y las esperanzadas expectativas

Creo que estoy por saber una cosa, que, por si acaso se me olvida o no fuera a ser del todo verdad, quiero contar ahora aquí.

Si leemos novelas, si escribimos novelas, si seguimos creyendo en las novelas como una satisfactoria explicación entretenida y entretenedora de la realidad, de nuestro entorno, de nuestro pasado, del entorno de otros, del pasado de otros, de la vida, si hacemos todo eso es porque hace más de un siglo gigantes como el británico Charles Dickens escribieron maravillas como Grandes esperanzas, justo cuando los seres humanos comenzábamos a crear la Historia como disciplina y a forjar la novela como la magia sobre la que edificamos esa otra verdad que evita un naufragio tras otro.

Sigo leyendo. Sigo creyéndolo.

Los clásicos no se leen sin esfuerzo
Dickens es indiscutiblemente un maestro de la literatura y todo lo anterior lo escribí antes de leer completa la edición de Grandes esperanzas publicada por Alba Editorial en 2017 y traducida por R. Berenguer siete años antes. Pero ocurre algo con esta novela que no sé si achacar a haber sido escrita en inglés a mediados del siglo XIX o a la traducción al español llevada a cabo a principios del siglo XXI. Un lenguaje antiguo, a menudo extraño, incomprensible en algunas ocasiones, ha dificultado mi prolongadísima lectura, varias veces interrumpida y sustituida por la de otras novelas escritas en un español comprensible y fluido o vertidas a nuestro idioma de manera que uno no se detenga una y otra vez a reflexionar sobre qué demonios es lo que nos está contando el autor.

Sigo. ¿Es imposible traducir a un novelista monumental, sin perder la honestidad literaria debida por el traductor, o se han traducido en este caso numerosas expresiones, algunas continuamente, utilizando otras que en español aparecen a mis oídos como incomprensibles? ¿Qué será, por ejemplo, criar a alguien “a fuerza de mano”, como tantísimo repite el traductor a lo largo de prácticamente todo el primer volumen cuando se refiere a la manera que tiene de tratar, de educar dudosamente, la hermana del protagonista a éste?

Dicho lo cual…

La gran literatura
Los momentos literarios deslumbrantes, que los hay, no abundan, pero casi al inicio podemos leer esta maravilla que me dejó encandilado tan pronto:

“Creo que mi primera impresión vívida y clara de la identidad de las cosas data de un desapacible y memorable atardecer. Fue entonces cuando adquirí la certidumbre de que aquel erial cubierto de ortigas era el cementerio; de que Philip Pirrip, de esta parroquia, y también Georgiana, mujer del arriba dicho, estaban muertos y enterrados; de que Alexander, Bartholomew, Abraham, Tobias y Roger, niños hijos de los antedichos, estaban también muertos y enterrados; de que la llanura yerma y sombría del otro lado del cementario, entrecortada por diques y zanjas y barreras, y donde se veía algún ganado paciendo eran los marjales; de que el cubil salvaje y lejano de donde salía furioso el viento era el mar; y de que el pequeño montón de escalofríos que se iba asustando de todo ello y se echaba a llorar, era Pip”.

O, algo más adelante, este otro pasaje, done esplende el azar con la naturalidad majestuosa de la gran literatura:

“Fue aquel un día memorable para mí, porque me trajo grandes cambios. Pero en todas las vidas ocurre lo mismo. Imaginad que se suprime de ellas un día determinado y pensad cuán diferente habría sido su curso. Deteneos los que esto leéis a pensar por un momento en la larga cadena de hierro y oro, de espinas y flores, que nunca os hubiera atado de no haber sido por un primer eslabón que se formó en un día memorable”.

O la manera en la que Dickens pone punto final al volumen uno:

            “Y la niebla se había levantado del todo, y el mundo se extendía ante mis ojos”.

Un cuento moral, una novela social y romántica
El protagonista y narrador de Grandes esperanzas, el tal Pip, empieza “recordando lo que apenas sabía que supiese”. Y paulatinamente vamos sabiendo por él, por Dickens, claro, de los dos mundos de Grandes esperanzas: el de la “sencilla dignidad” de las gentes como Joe, el herrero, cuñado del protagonista, frente a la dignidad necesaria de los ricachones londinenses y sus imitadores.

“¿Por qué, en nombre de Dios, he de ser bondadosa?” [pregunta uno de los aristocráticos personajes de la novela.]

A su manera, esta novela social es también una novela romántica en la que el amor se manifiesta en ocasiones con ese idealismo literario que pudiera bordear el melifluo coqueteo con la banalidad simplona de los escritores de rebajas. Pero Dickens sale con la cabeza bien alta del intento, no sólo cuando el protagonista le dice a su amada aquello de “eras parte de mí mismo” en ese amor imposible que impregna el sentido esencial de Grandes esperanzas:

“La verdad pura y simple es que, cuando yo amaba a Estella con el amor de un hombre, la amaba porque la encontraba irresistible. En definitiva, comprendía con dolor, muy a menudo, ya que no siempre, que la amaba contra toda razón, sin contar con promesa alguna, contra la paz de mi espíritu, contra toda esperanza, en detrimento de mi felicidad, a pesar de todos los motivos posibles de desaliento. Y no la amaba menos por comprender eso, ni comprender eso influía para contenerme más de lo que habría influido considerarla devotamente como la perfección en persona”.

Quizás, sí, amar sea “luchar de firme” para convertir el mundo en lo que merece ser amado. Y tener un corazón para comprender un corazón.

La redención…

“Volvía sus ojos hacia mí con una mirada confiada como si estuviera seguro de que ya había visto en él algún rasgo redentor”.

Y la muerte.

“Era la primera vez que se abría una tumba en el camino de mi vida y la grieta que formaba en el uniforme suelo era prodigiosa. La imagen de mi hermana sentada en su silla junto al fuego de la cocina me perseguía de día y de noche. Que aquel lugar continuara existiendo sin ella era algo que mi espíritu no podía comprender; y a pesar de que pocas veces o ninguna había ocupado mi pensamiento en aquellos últimos tiempos, ahora se me ocurrían las más extrañas ideas y la veía venir hacia mí por la calle, o creía que iba a llamar a la puerta de un momento a otro, en mis habitaciones, donde no había estado nunca. Hasta parecía notar el vacío de la muerte y una perpetua sugestión del sonido de su voz o de algún aspecto de su rostro o de su figura, como si aún viviera y hubiera estado allí a menudo.
Cualquiera que hubiera sido mi suerte, apenas podía haber recordado a mi hermana con mucha ternura. Pero supongo que hay una clase de dolor que puede existir sin mucha ternura”.

Porque la penúltima novela (totalmente acabada) de Dickens esconde una joya moral de incalculable valor, como todas las joyas morales. Pues lo que Grandes esperanzas esconde y sólo muestra en su alma literaria de cuento moral es que nos oculta en sus huesos relucientes esto: cuando se es mejor con nosotros de lo que nosotros lo somos con aquellos a quienes amamos… y nos damos cuenta de ello.

El título original de la novela es Great expectations. Y eso me hizo pensar en que quizás la tradicional traducción española de la palabra expectativa en inglés quizás sea injusta, incorrecta, confusa… Pero tendría que leer el original para adoptar con coraje esa conclusión cuando Dickens, Pip, escribe: “mientras la corriente de nuestras esperanzas parecía retroceder”. En fin. Creo que lo que eran grandes y futuribles eran las expectativas del protagonista, refundidas en las inevitablemente humanas esperanzas. Dos cosas distintas pero no distantes. Más bien limítrofes. Cosas mías.

“Mis grandes esperanzas se habían desvanecido como nuestras nieblas de los marjales ante los rayos del sol”.

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