Un mundo ecuatorial, broncíneo, sin edad,
de infernal emoción, desequilibrado e insostenible, alarmado por la lógica
circense de las conversaciones expoliadas aprendidas en el olvido, inquieto por
la rotura de las almas y el misterio ansioso de las dolorosas despedidas.
Un mundo polar, bipolar, extrapolable,
polimorfo, apolíneo, policial y policiaco, negro negrísimo, como el relato
traumático de una novela de género (masculino, muy masculino, intolerablemente
masculino), un mundo depositado sobre la palabra amor de mala manera, enjauladamente,
enredado en el cabello de un ser sin nombre ni sombra.
Un mundo sin Dios (porque los sabios dicen
que no tiene sitio en el mundo), un mundo global de paralelos y paralelogramos
y meridianos y medianías, de terráqueos y lunáticos, de marcianos y satélites
de odio, un mundo pálido y paleolítico, afín a las leyes soterradas sospechosas
de asesinatos.
Un mundo achatado, de geografías geológicas
biológicamente históricas, de física lavada por la química y la gimnasia,
espectacular en su simpleza nimia de simio monoaural y humanidad estérea: aprobado
en suspenso, sobresaliente desde su notable y monocorde mediocridad gigantesca.
Un mundo en expansión hacia nada, surgido
de la nada para el absoluto cero infinito, ignorante del lugar al que van a
parar los veranos, dudoso ante la exploración que de cada otoño hacen los
inviernos y las primaveras, firme cuando la verdad asoma su esqueleto de dicha
en los funerales de las especies.
Un mundo apocalíptico, evangélico,
islámico, yingyanguiano, de acólitos animistas hipnotizados, razonable,
estricto, veleidosamente brahmánico y sintoísta, bíblico de plagas y plagios,
suficiente en su insuficiente edificio de estalactitas y estalagmitas de calcio
y patadas a balones esféricos y medicinales.
Un mundo boreal, pálido, antiguo e infantil,
apolíneo y de retruécano, insatisfecho y saludable, solícito, enhiesto,
deprimido, sucio, salvífico, tremendo desde su estatura de elefantes sin
sueños, terrorífico incluso cuando a la comedia le responde el pulso ideal de
la risa como si fuera una válvula de seguridad.
Un mundo afortunadamente
musical, repleto del ruido que da en ser un bello sonido doloroso gracias al
arte y la magia de los ritmos salpicados sobre el tiempo y el espacio con la
suavidad enloquecedora de la sangre que circula por el entramado azul del bien
y el mal. Un mundo para la vida y la muerte. Un mundo para la vida. Y la
muerte.
[arte de PETER DOIG ]
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