No suelo saber gran cosa sobre los libros que me dispongo a leer. Me refiero a su argumento. Cuando comencé a leer La llamada. Un retrato, de la argentina Leila Guerriero, publicado en 2024, creía que se trataba de una novela. Y no. No es una novela.
“Este
libro es el retrato de una mujer. Un intento”.
La mujer es la argentina Silvia Labayru, que nos dice que “sentíamos que íbamos a cambiar el mundo. Que nuestra vida era superapasionante. Creíamos que venía el hombre nuevo. Todo parecía una coreografía de película. Nos vestíamos con los vaqueros, el pelo largo. Queríamos formar parte de esa mística revolucionaria, de los hermanos latinoamericanos”.
[…]
Menor de edad, en 1973 SL fue
detenida por primera vez, ya era montonera. Guerrillera montonera.
“No
me siento responsable de algo en particular, pero no me siento ajena ni
exculpada de la responsabilidad de que yo pertenecí a una organización que mató
a un montón de gente”.
[…]
LG nos advierte, con su escritura
magistral, tan literaria, tan fascinante, de que “abrir un túnel hacia el
pasado no es un problema”: SL “lo recuerda bien”, al fin y al cabo, “lo ha
expuesto en testimonios ante la justicia y décadas de psicoanálisis hacen que
encuentre maneras de acercarse a él sin que se transforme en un precipitado
incontrolable de padecimientos crudos”.
“A
lo largo de cierto tiempo días, semanas, meses nos dedicamos a reconstruir las
cosas que pasaron, y las cosas que tuvieron que pasar para que esas cosas
pasaran, y las cosas que dejaron de pasar porque pasaron esas cosas”.
La autora explica así (en ese
comienzo de un párrafo que se repite como un mantra una docena de veces a lo
largo de La llamada) la esencia del
libro: sus numerosas entrevistas
(cercanísimas, cotidianas) son la columna vertebral de esta obra hermosamente
atenazadora (no son las únicas: LG se reconoce como “una bacteria perturbadora
en la vida de un montón de gente que había dejado esta historia atrás”). Y por
supuesto triste. Pero no sólo.
SL pasó a ser el nº 765 cuando la
secuestraron en la ESMA, el más
famoso centro concentracionario clandestino en la Argentina de la dictatorial Junta Militar golpista. Ya sabes,
1976, 1977, 1978...
“Tengo
perfecta conciencia de que no entregué a nadie porque no me torturaron lo
suficiente”.
Su hija Vera, nacida durante su
secuestro en la ESMA a cargo de militares, dice de ella, hablando de su
infinita capacidad para ejercer como la despistada que es, que “le hace mucho
ruido el cerebro”. Ella misma aclara por medio de ese salvavidas que es el humor,
hablando de lo mismo, de sus olvidos desastrosos, que siempre fue así: “tampoco
le vamos a echar a la ESMA la culpa de todo”.
Es este un libro, lo digo ya, donde la indagación y lo indagado son tan
importantes lo uno como lo otro (toda esa pesquisa del libro —2020-2022—
transcurre durante la Gran Pandemia, algo que la autora transforma en el Gran
Inconveniente). LG sabe que su misión, su objetivo, es que —teniendo en cuenta
que cada relato, el de cada participante en aquellos hechos, “puede ser hasta
diametralmente opuesto”, como mantiene la propia SL, y que, dado que depende
mucho, “según por quien entres a esta historia”— a la historia se entre por lo
que quiera que sea que fuera realmente la verdad. Es un trabajo éste propio de
una historiadora. De alguna manera.
Lo que la autora quiere es “encontrar tantas facetas como sea posible
para contar esta historia y escribir un texto sin reduccionismos”.
Las entradas y salidas de la ESMA de
la joven SL resultan tan (aparentemente) inverosímiles que si LG hubiera escrito
una novela sobre todo esto en lugar del libro ajeno a la ficción que es La llamada, no podríamos (no podría yo)
haberlo leído con el más mínimo interés. La verdad de la ficción necesita una
credibilidad tan potente que suele ser superior a la de la realidad cuando
tratamos de comprenderla para explicarla.
Y su salida definitiva de la ESMA, su
liberación, eso sí resulta tan poco verosímil... Pero ocurrió, y la labor (y el
mérito) de LG es explicarnos cómo sucedió
y quizás hasta por qué. Misión
cumplida, Leila Guerriero. Misión cumplida, Silvia Labayru.
La libertad de SL llevó aparejada algo
que contrarrestaba la consiguiente dicha: sentirse una apestada. Había
sobrevivido, la habían dejado salir para siempre (aparentemente y como así fue).
Si había sobrevivido, hubo quienes dedujeron que era porque había sido una
traidora. Y la cosa empeoró cuando se supo que había acompañado al capitán de
fragata Alfredo Astiz, uno de sus guardianes-secuestradores clandestinos,
cuando él se infiltraba entre las Madres de la Plaza de Mayo... (SL: “¿A ver,
qué coño habrías hecho tú?, ¿de qué estás hablando, gilipollas?”)
“Chica
pasa por circunstancias espantosas en las que se dirimen conceptos resbaladizos
a los que hay que abordar desde distintos ángulos aportando una cantidad de
testimonios múltiples que den una idea de conjunto sin tener en cuenta el
contexto histórico. [...] Tortura,
secuestro, parto, sometimiento, violación, repudio”.
Escuchemos a SL:
“El
daño que me hicieron ellos es irreparable. Me hicieron un daño tremendo. Ellos,
y mi afición a esa forma de política en las que creé las condiciones para
acabar en ese puto sótano”.
En 1978, SL era, según sus propias
palabras, “alguien que volvió de la muerte y a quien nadie quería escuchar”.
SL es una mujer “de una existencia
desmesurada” y no hay manera de conocer su pasado “como habría que conocerlo,
mes a mes, palmo a palmo”, admite LG. La forma en que la protagonista de La llamada “explica, pide, declina podría
ser la de un cónsul: el tono educado pero firme con que se dicen bestialidades
sin que nadie se sienta incómodo”. Ella explica que ha podido vivir a pesar de, pero, admite, “también se
quedaron muchas cosas en el tintero y hubo muchas que no pude ser. Que quería
ser y se perdieron en el camino. Hay
mucha pérdida en esto”.
En suma, como concluye la propia
autora: “todo puede ser verdad, lo que
ella percibe, lo que ven los demás. ¿Cómo saber cuál es la versión correcta?
Verdad es todo, ¿pero qué es real?” No, Leila Guerriero no tira la toalla:
ha escrito un libro excelente en el que ha ido construyendo una verdad lo
bastante parecida a la realidad como para que quienes lo hemos leído nos
sentamos satisfechos del recorrido. Soy de los que creemos que ha conseguido
“transmitir de manera cabal cuál es el color verdadero del pliegue en el cual
—todavía— vive el espanto”.
Y no, la historia nunca termina.
Despido mi lectura mostrando a qué me
refería cuando hablaba de la escritura
magistral, tan literaria, tan fascinante, de la autora de La llamada, quien, sin ir más lejos,
refiriéndose a Silvia Labayru puede decirnos en una ocasión que tiene “ojos
azul alta velocidad”, o, describiendo el ámbito de una de las numerosas entrevistas
que ambas mantienen, nos sitúa así:
“El
día es gris, la ciudad tiene el aspecto desasosegado de una embarcación sin
rumbo”.
Este texto pertenece a mi artículo ‘La historia nunca termina: lo que Leila Guerriero escribió sobre Silvia Labayru’, publicado el 8 de febrero de 2025 en Letras 21, que puedes leer completo EN ESTE ENLACE.
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