En el excelente libro (de 456 páginas) España, escrito por el periodista y profesor universitario británico Michael Reid, profundo conocedor de la realidad de mi país, publicado en 2023 originariamente como Spain. The trials and triumphs of a modern european country, y traducido al año siguiente espléndidamente a mi idioma por Albino Santos Mosquera, se dedica un capítulo al asunto de la existencia de Euskadi dentro del conjunto del Estado español. Merece mucho la pena seguir ese análisis.
“Resulta
paradójico que el único desafío violento serio a la democracia española viniera
del País Vasco. Con una población total de apenas 2,2 millones de habitantes,
esta es una de las partes más prósperas y desarrolladas de España. Desde la
Transición, ha gozado de la autonomía política más amplia de todas las regiones
de la Unión Europea”.
Reid evidencia que también es
paradójico que ETA, una organización que comenzó como la gran oposición
radical de carácter izquierdista al régimen dictatorial de Francisco Franco,
finalmente no fuera sino “lo más parecido al fascismo que se haya visto en el
país en los últimos cuarenta años”.
En la actualidad, la coalición
política que sucedió a la desaparecida ETA, EH Bildu, lo que hace es
volcarse en la llamada batalla del relato, “en otras palabras,
está intentando reescribir la historia del País Vasco”.
¿Pero cuál fue, cuál es esa historia?
Para el historiador José Antonio
Pérez Pérez (uno de los mayores especialistas en la historia reciente de
Euskadi), tal y como se recoge en el libro, la de ETA “fue una lucha de clases
a la inversa”.
Reid resume brillantemente el
recorrido histórico de ETA:
“ETA formaba parte
de una hornada de grupos de guerrilla urbana u organizaciones terroristas
que surgieron en diversos países de Europa en los años sesenta, y entre los que
se contaban el IRA en Irlanda del Norte, o la Facción del Ejército Rojo en
Alemania, o las Brigadas Rojas en Italia. Sin embargo, fue la única de todas
ellas que prosiguió con su campaña de violencia hasta ya entrado el
siglo XXI. En total, ETA fue responsable de ochocientos cincuenta y tres
asesinatos, y sus balas y sus bombas hirieron también a dos mil seiscientas
treinta y dos personas.
Forzó a miles de vascos a huir de la región. Más del 90 % de sus asesinatos
—de los que trescientos cincuenta y siete fueron de miembros de las
fuerzas de seguridad— ocurrieron tras la muerte de Franco, pese a haberse
beneficiado de la amnistía que liberó a sus presos y pese a la llegada de la
democracia. […] La organización recurrió al terrorismo indiscriminado como
arma en una guerra contra la sociedad española y no solo contra el Estado”.
El principal aliado de ETA, leemos en
España, “fue la brutal represión policial desplegada a raíz de la muerte
de Carrero Blanco. Los excesos policiales continuaron durante los primeros años
de la democracia”.
La violencia de ETA no era terrorismo
para sus partidarios, claro; para ellos “era una respuesta de defensa frente a
la violencia de un Estado que era antidemocrático en su esencia; decían,
además, que obedecía a los efectos de un conflicto político no resuelto entre
los vascos y (el resto de) España”. Y tal “falso e inverosímil” relato fue el
que, “en mayor o menor medida, aceptaron también algunos observadores
extranjeros”. Pero es evidente, por más que haya quienes sigan negándolo, que “el
conflicto no fue entre el pueblo vasco y el Estado español, pues implicó, más
bien, a una minoría de vascos que se negaron a aceptar la voluntad de la
mayoría y las reglas de la democracia”.
Lo que hizo ETA fue incubar “una
sociedad dominada por el miedo”; más de cuarenta mil vascos recibieron
amenazas “y muchos tuvieron que vivir durante años con una escolta que los
acompañaba a todas partes”.
La derrota de ETA, recoge Michael Reid, llegó principalmente por “la mejora de la labor policial y de la cooperación del Gobierno francés”, también por “el endurecimiento de la opinión mundial contra los movimientos de lucha armada contra el terrorismo tras los atentados del 11 de septiembre de 2011 en Estados Unidos y del 11 de marzo de 2004 en Madrid”, además de que, después de décadas de mirar a otro lado (“ya fuera por miedo o por indiferencia”, la sociedad vasca empezó a situarse claramente contra la violencia de los etarras. La democracia derrotó al terrorismo, que fue incapaz de lograr ninguno de sus objetivos.
En junio de 2021 se inauguró en Vitoria, capital de la comunidad autónoma vasca, el Centro Memorial de las Víctimas del Terrorismo, “una fundación pública adscrita al Ministerio del Interior español, aunque apoyada por el Gobierno vasco, en memoria de las víctimas de todos los terrorismos, incluidos los atentados islamistas. Pero el 60 % de las víctimas allí recordadas son las de ETA”, cuyos objetivos son “honrar y recordar a las víctimas, proporcionar un relato verídico de lo que ocurrió y difundir información sobre ello entre los jóvenes. El historiador Raúl López Romo, director de las exposiciones del centro, le explicó a Reid, que allí “somos historiadores profesionales y estamos tratando de reconstruir un relato históricamente riguroso de lo que sucedió”. Y ese relato rigurosamente histórico es que explicar aquel conflicto como una lucha entre dos bandos es propaganda para blanquear la imagen de ETA, añadió López Romo, “aunque admitió que esa es una interpretación de lo ocurrido que está presente en la sociedad vasca y en el extranjero”.


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