Uno lee libros por diversas razones, para asombrarse es una de ellas. Lo que siguen son asombros provocados por los libros que leo.
La ternura
“Cuando creces tus padres dejan de
cogerte en brazos y de achucharte. Como si entre adultos la ternura estuviese
prohibida y las muestras de cariño tuviesen que buscar nuevas vías. Será por
eso que cuando hay un bebé en casa todos se abalanzan para cogerlo, no porque
sean irresistibles, sino porque todo ese amor reprimido necesita un receptor
legitimado. Nunca antes tuvimos que preguntárnoslo, y solo esperamos un poco de
ternura”.
Laura
C. Vela: Seis mil (novela), 2025
Por
qué nos importan las obras de ficción
“Sospecho que la afinidad, o su
ausencia, tiene algo que ver con prácticamente todos los juicios literarios de
los lectores. Sin afinidad, ya sea por el escritor o por sus personajes
ficticios, es muy difícil que una obra de ficción nos importe. [...]
Con todo, la afinidad en las novelas
no tiene por qué reducirse simplemente a la identificación directa con un
personaje de ficción. También puede derivar de la admiración por un personaje
que anda sobrado de las virtudes que a uno le faltan (el valor moral de Atticus
Finch, la límpida bondad de Aliosha Karamázov) o, aún más interesante, del
deseo de ser un personaje bien distinto a uno mismo en cosas que uno no
necesariamente admira o que ni siquiera le gustan. Una de las perplejidades que
provoca la ficción —y la cualidad que convierte a la novela en la forma
artística liberal por antonomasia— es nuestra predisposición a sentir afinidad
por personajes que en la vida real no nos caerían bien. Puede que Betty Sharp
sea una trepadora desalmada, que Tom Ripley sea un sociópata, que el Chacal
quiera asesinar al presidente de Francia, que Mickey Sabbath sea un viejo verde
desagradable y egocéntrico y que Raskólnikov pretenda salir bien parado tras
cometer un asesinato, pero resulta que yo estoy a favor de ellos. A veces, sin
duda, es pura consecuencia de la atracción que ejerce lo prohibido, del placer
culpable de imaginar cómo nos sentiríamos sin la carga de los escrúpulos. En
todos esos casos, sin embargo, el agente alquímico por el que la ficción
transmuta en afinidad mi envidia secreta o el ordinario desagrado que me
provocan los «malos» es el deseo. Por lo visto, lo único que debe hacer un
novelista es dar a un personaje un poderoso deseo (ascender en la escala
social, cometer un asesinato y salir bien librado) para que yo, como lector, no
pueda evitar hacer mío ese deseo”.
Jonathan
Franzen: El fin del fin de la
Tierra, 2019
Lo
importante
“Las cosas importantes no sirven para
nada. O, si lo pensamos bien, solo sirven para entristecernos. Pero ¿qué
seríamos sin esta especie de tristeza?”
Albert Sánchez Piñol: Las tinieblas del corazón, 2025

Me encanta esta entrada literaria y me encanta haber descubierto tu blog. Porque no lo había descubierto antes, ¿verdad? (es que estoy empezando a olvidar cosas, por lo visto es irremediable). Me gustaría seguirlo, ¿cómo lo puedo hacer?. Pero si no lo sigo mucho, no te enfades. Soy una vieja en tiempos difíciles, pero amo a mis amigos que aman la literatura y lo practican.
ResponderEliminarEs un placer tenerte ahí. Para suscribirse el que ha olvidado cómo soy yo.
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