Karina
Siglo XX español y mucho español: Pepe Hierro, Protectorado de Marruecos, Ministerio de la Vivienda, el yugo y las flechas, Largo Caballero, la FAI, el peneuve y Pujol, Cantabria, monjas, curas y un sin Dios, Ceuta y Melilla. Sahara Español, Galicia Caníbal, la Movida y Karina. Siglo XX malaleche, Íñigo, García Lorca, la Xirgu, ETAmátalos, Emiliano, Buscató, Fernando Martín, hasta aquí hemos llegado.
Pasaporte a Dublín.
Nunca vi viva a Sharon Tate, no puedo decir lo mismo de Karina y sus canciones de fiesta pop, de rosas en las ventanas de una España despertándose junto a los rescoldos de un dragón victorioso pero enfermo de muerte natural, un dragón ridículo que se creía que iba a vivir para siempre, como si aquella guerra suya de general urdido en África hubiera sido un comienzo en lugar del final que acabó por ser.
A María Isabel Llaudés Santiago la llamábamos Karina, que era como ella se llamaba artísticamente. Y se llama. Nació en Jaén el 4 de diciembre de 1945. Qué éxito tenía cuando yo era un chaval: Las flechas del amor, Romeo y Julieta, El baúl de los recuerdos, La fiesta y un poco menos En un mundo nuevo y Colores son las canciones que mejor recuerdo. Aquello era un sortilegio pop español. Muy apto para unos tiempos en los que el túnel dejaba entrever la pequeñita luz donde tantos amaneceríamos años después en un auténtico mundo nuevo. O no tan nuevo.
Cómo ardía,
y no hay recuerdos,
cómo era llama y ruido de cripta,
sabíamos cómo acababan los veranos,
en el fuego de las noches
y nuestros gritos libres
en un mundo atado y mal atado:
y no hay recuerdos,
sólo nos queda la memoria,
esa insuficiente bofetada al pasado,
ese beso robado al destino,
el tiempo de la muerte de los
tranvías,
el de los bares de latón en las
plazas,
el tiempo manso del viejo titán
ensangrentado.
Cómo ardía,
algunos nos sentamos a verlo,
algunos cantábamos a Peret, mal,
a Karina,
las horas y las palabras,
nada era inmortal,
nada lo ha sido,
el juego nos bastaba,
éramos futuro brutal,
no necesitábamos pensar,
el viento se perseguía a sí mismo,
nuestra gratitud podría ser
infinita:
hoy sólo puedo imaginar los
recuerdos
de aquella hoguera
y su olor en mi ropa.
Madriz, sigues aquí,
bajo mis pies,
siendo mi cielo.
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