Cómo me reí, Aira
Dos números, uno es un año, el otro el puesto que ocupa el libro sobre el que algo escribiré a continuación en la novelística de su autor: 2005 y 49. Sí, en 2005 el prolífico escritor argentino César Aira publicó su novela número 49, la titulada Cómo me reí. Muy breve, como saben serlo todas las novelas de este disparatado y sublime autor.
El leitmotiv de Cómo me reí abre la
novela. Es el siguiente (y no es poca cosa):
“Deploro a los lectores que vienen a decirme que
"se rieron" con mis libros, y me quejo amargamente de ellos. Lo he
hecho en forma oral o por escrito cuantas veces se ha presentado la ocasión. Es
un lamento constante en mí; puedo decir sin exagerar que esos comentarios han
envenenado mi vida de escritor”.
El narrador de esta novelita (un novelista nacido en
la misma localidad que Aira que uno puede suponer cuando lee la novela que es
el propio Aira pero que en ningún momento se dice explícitamente que sea Aira)
aborrece del humor en la literatura. Alguien a quien, ya digo, le molesta
sobremanera que le digan que se han reído con sus novelas. Mejor dicho, que
sólo le digan eso, cómo me reí; a él, que no se ríe cuando escribe:
“Me molesta que me lo digan, y que sea lo único que me
dicen. Si se quedaron ahí, es porque no encontraron nada más. La risa es la
única reacción que me mencionan. Nunca me dicen que se conmovieron, o que se interesaron,
o que los hizo pensar o soñar”.
Se lo dicen a él que, aunque no podría decirnos por
qué escribe (“mucho menos podría decir por qué sigo escribiendo después de
tanta risa”), de lo que sí está seguro es de que no lo hace para provocar “una reacción
visceral, irracional, animal, como es la risa”.
Sabemos también que no hay ser humano con menos
conversación que el narrador, para quien “la precisión suele ser una
exageración”, alguien que es capaz de recordar algunas cosas con una claridad
tal que aparecen “tan recortadas sobre el fondo confuso del pasado”, como si
esas cosas hubieran sido guardadas “con especial cuidado para entenderlas más
adelante”. Un escritor el narrador de la novela que hace la número 49 de
cuantas lleva escritas el inagotable César Aira que desconfía de las metáforas,
aunque reconoce que “es casi inevitable usarlas”: dice que cuando oye una está
seguro de que le están ocultando algo, “y si soy yo el que la escribí, sospecho
que me estoy ocultando algo a mí mismo”. Like a rolling stone.
“Cada recuerdo que me viene de la infancia es un
signo, un signo que no se resolvió en su significado y por eso quedó suspendido
en las distancias del tiempo”.
El narrador, escritor él, ya lo sabemos, debe tener establecidas una serie de leyes del relato porque nos habla de una de ellas, aquella que dice que “cuanto menos importante es un hecho, más cuesta contarlo”. Algo que es la línea medular de Cuánto me reí. Un hecho, bueno varios, de una importancia poco memorable (junto a otros que son pura ficción literaria de un nivel estratosférico: por eso merece, y mucho merece, la pena leer a César Aira) están en el centro narrativo de esta novela breve brevísima, en la que importa sin duda (sin que ello importe, valga la redundancia) más el cómo que el qué. El cómo se cuenta lo que se nos cuenta. No el cómo me reí. Cómo sois.
“Contra lo que podría pensarse, el verosímil es un
artificio; la realidad no es verosímil, no necesita serlo. Mis novelas sufren
de un exceso de verosímil, y me temo que eso es lo que las hace tan cómicas a
pesar de mis esfuerzos por hacerlas serias”.
Al fin y al cabo, la literatura no puede darnos una vida, si acaso, “lo más que puede dar es una doble vida, la del mundo y la del sueño”. Claro que, para eso, necesitamos a gente como Aira. Literatos.
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