Frágil; POR María Tena
La vida avanza y no son las piernas ni el dolor de huesos, no es la comida que ya no nos sienta tan bien, ni el silencio de los amigos. De pronto, lo más frágil es la memoria. No solo perdemos algunos recuerdos, sino que las imágenes luminosas de nuestras mejores experiencias se van volando por el paso del tiempo. Como si su propia luz las apagase.
Con la misma emoción de las cosas perdidas también añoramos lo que no
sucedió. Aquel novio al que tanto amamos que no nos quiso lo suficiente, ese
curso apasionante que nos iba a cambiar la vida y dejamos a medias, la palabra
que teníamos que haber dicho para que nos perdonasen, esa conversación de los
amigos que se interrumpió de repente. Nuestra historia es también lo que no
pudimos conseguir, lo que nos dio miedo, lo que nos negaron o nos prohibieron.
El único rescate, la gran ventana abierta, es la literatura. Mientras la memoria se rinde en su fragilidad y en sus agujeros negros, la imaginación crece. Podemos volver a quedar con aquel novio, ahora ya calvo y arrugado, e inventar para él todo lo que se perdió aquella tarde en que nos dio plantón. La literatura puede hacer inolvidable esa nueva cita, esa última oportunidad sin demasiado trabajo. Ambas, imaginación y memoria, parecen frágiles, tramposas. Pero son, si nos dejamos, las que van a salvarnos la vida.
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