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Fotos. Y la memoria. Fotos para derrotar a la memoria, o para ayudarla o para sustituirla. Acabo de preguntarles a mis padres por el año en que se conocieron. No lo recuerdan. Mi madre no lo habría recordado ni siquiera cuando yo era pequeño y su memoria funcionaba como le ha funcionado siempre, mal, pero nada espero ya de ella, de su memoria, ahora que esa misma memoria está descacharrada aunque de vez en cuando muestra algo de agilidad, pero mi padre me decepciona y esa memoria suya tenida por infalible aún incluso ahora con sus cosas de anciano de 83 años recién cumplidos no me devuelve los datos que le pido, aunque apunta un año después de que yo se lo sugiero. 1959. Busco fotos de aquellos días pero no doy con ellas. La lata rectangular no me devuelve ninguna. Sé quiénes les presentaron, aunque no sé, si los he sabido alguna vez, sus nombres completos y tarde o temprano aparecerán en esta novela o lo que sea esto que vengo escribiendo desde que a finales de febrero del año 2017 decidí que, lo que comenzaba como un esbozo biográfico de la familia más benéfica de la historia contemporánea de Suances, se convirtiera en un libro que incluyera las vidas o parte de las vidas de la familia de mi madre, o de mi familia, sin más.


Mi familia materna, la de los veranos en Suances desde que tengo uso de razón, y antes. La de los hijos de Quico y Ángela, a ver si los nombro bien, en orden: Joaquín, Paco, Jesús, Carmina, Paulino, Teresa, Angelines, Prudencio, Adelaida y Joselín. Aunque a Jesús no le llegamos a conocer casi ningún sobrino, o quizás ninguno, creo que ninguno, pues murió joven de una enfermedad de esas tan de posguerra, y Paulino es en realidad Ireneo y Angelines es Dolores y a Adelaida la llaman Cuca o Josefa o Josefina o yo que sé. Los registros civiles del siglo XX español y sus registros inciviles y de jaleo aparatoso que nos legará a mis hermanos y a mí un acudir al de Madrid para rehacer nuestros libros de familia y acomodar ya sí el único nombre registrable y legal de nuestra madre: Adelaida, quien por cierto me dice ahora, o es mi padre, mejor, sí, mi padre, quien me lo cuenta, que no fue Don Jaime del Amo quien la trajo a Madrid la primera vez que se vino desde Suances para servir en la casa de los Señores de Anastasio, el de que no les falte a los del cogollito madrileño beneficiado por la guerra de exterminio que se hizo para dejarles en el machito o les permitió subir hasta él, pero que sí, que Don Jaime la llevó en coche desde su pueblo hasta la capital una de las veces que había subido estando de vacaciones. Los Del Amo, tan atentos, ¡qué majos!

[Este texto pertenece a mi segunda novela, inacabada, e inédita, como la primera.]

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