Dos viejos
Encendido
el futuro ante sus ojos de ceniza, no es más que un resplandor derretido
incomprensible, también incomprendido, así lo es siempre el porvenir cuando
finalmente se nos muestra como una verdad inevitable.
Los
dos viejos no son ancianos, son eso, viejos, antiguos, de otro tiempo, de un
tiempo que lentamente se extingue con cada uno como ellos. Ninguno de los dos
se siente anciano, un viejo se siente viejo cuando se recuerda como unos
pulmones en plena satisfacción presente.
Ella sabe
perfectamente que no necesita saber más que aquello que está segura de saber,
él sonríe cada mañana ante el espejo y con eso le basta, ese segundo de
sinceridad elusiva. Los dos olvidaron hace tiempo cómo comenzaron a amarse y
cuándo es posible que dejaran de hacerlo.
Hoy,
ante el televisor, antes de quedarse él dormido y ella pedir que la lleven a la
cama, ha habido un momento de pasado esencial, cuando ella le ha cogido a él la
mano y le ha dicho tequiero. Los dos han oído esa palabra, esas dos palabras
pronunciadas como una inmensa palabra poderosa, por última vez. Probablemente.
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