Los seres queridos

La gente normal ya no pasea por la ciudad fantasma. Nadie de apariencia común va de un lado para otro a través de sus calles. Es la ciudad un mundo desnudo de vida que pareciera estar aguardando a un nuevo pelotón de ciudadanos afanados.

Cada atardecer, desde hace un par de meses, han regresado algunos animales. Sobre todo pájaros, pero también lagartijas, lagartos… Nadie ha podido ver a los ciervos, porque de nadie se sabe nada. Sólo de los seres queridos.

Podría escribir este cuento en latín. Perfectamente. Si supiera, digo. Nadie lo leerá nunca, aunque las calles sigan creyendo que sus alcorques hacen lo que siempre han hecho los alcorques y que sus semáforos regulan el tráfico de los gorriones en las plazas y el de la nada humana en la vida de la urbe.

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