La música del mar
Es el mar, me había dicho Marga. Y yo, aunque la presté atención, no la
hice caso. Quiero decir, que no fui capaz de distinguirlo, al mar. Ella sí lo
sabía, que era el mar. Y hoy, por fin, yo también lo he escuchado. Al abrir la
ventana hace un momento, aunque estaba escuchando a Pearl Jam, he podido
distinguir nítidamente, entre una canción y otra, el sonido inconmensurable e
inconfundible de la mar. Porque abajo, en la calle, en la plaza de la Beata a
la que dan las ventanas de nuestra casa, el mar, en ocasiones, no cesa. Basta
que el técnico municipal que de ello se encarga obre el milagro y le diga a la
fuente que hay en medio de la plaza que sea el mar, y suene como lo que es en
estos días desdichados sin tráfico y sin más vida callejera casi que la de los
pájaros de Madriz, el sonido del mar.
Ese rumorear como el apacible bramido sereno del mar es una de las
pequeñas cosas que espero evocar cuando toda esta macabra experiencia se acabe
por completo. Las tardes en las que en nuestra habitación, en nuestra casa, el
mar se acercaba a recordarnos que hasta el final del mundo nada podrá con su
música.
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