De entierro

Va el muerto bien acompañado hacia el cementerio. Lo de ir es un decir. Le llevan. En volandas. Envuelto en su muerte. Su muerte suya para siempre.

A un minuto de ti. Le suena en sus oídos de muerto una canción. A un minuto de él han quedado todos los que le quisieron alguna vez. Algunos ya están muertos como él. ¿Le estarán esperando? Existe una luz que nunca se apaga. Pero ahora está muerto, el muerto.

El cementerio espera bien a los muertos. Es su fin. El del cementerio esperarles, acogerles, protegerles, ahormarles. Y el de los muertos, también es ese su fin. El cementerio. Principio y fin. El principio de la muerte, casi. El fin de la vida, casi.

Vamos de entierro se dicen quienes no tuvieron la necesidad ni la obligación ni el apego de querer al muerto. Uno más. Uno menos.
Los demás, los que avanzan sonámbulos, hipnotizados, despiadados, tras el muerto, a diez segundos de él, los demás, los que le amaron, los que aún le aman, los que le amarán, todos ellos, quisieran poder regresar durante un instante de piedra al último día en el que fueron felices junto a sus ojos.

Sólo pensar en la muerte es más triste que ir de entierro. Únicamente saberte muerto es peor que morir.

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