La suerte de leer a Zanón cuando fuimos Thunders

Leí Taxi, de Carlos Zanón, y creí que había sido escrita para mí. Y ahora compruebo en la maravillosa Yo fui Johnny Thunders —a la que acudí pensando que iba a encontrarme con una obra menor, de esas en las que respiramos el aprendizaje de un escritor— que Zanón escribe para la música que me habita. Yo fui Johnny Thunders es mucho más que una novela extraordinaria. No sé si sabré explicar por qué la considero una obra maestra de la narrativa actual, esa que está más ceñida a lo que le ocurre a la gente de los barrios de las ciudades donde vivimos casi todos (un barrio, “ese mundo de pequeñas cosas”).

Los personajes de Yo fui Johnny Thunders son seres humanos y al mismo tiempo seres literarios, pero en esta ocasión, a diferencia de los seres humanos de otras excelentes muestras literarias, no son profesores universitarios, neurocirujanos (que San McEwan me perdone) o políticos: son la gente de la calle, la gente de las calles de los barrios donde vive la mayoría de la gente. Son puro universo Zanón (donde aprendemos que existe un código de gente corriente que es difícil de explicar: “es sólo no fallar a tu gente”). El ámbito donde los sueños sueñan la música de los sueños. Algo así.

“La gente joven tiene tantas palabras, tantos argumentos, tanto dar la vuelta a todo que nada nunca es lo que es. Antes, cuando era niño, o incluso ya hombre, sólo había una manera de decir lo importante. Y en ocasiones ni tenías que acabar de decirlo. Todos, apenas empezabas a enunciarlo, ya sabían qué era. Ahora no. Ahora todo puede ser. Ahora todo es quién lo diga y cómo se diga. Ahora todo parece que. Ahora todo el mundo tiene sus razones y todas son iguales y valen lo mismo: nada”.

Juana, la madre del protagonista, “decidió dar por perdida la vida” cuando se dio cuenta de que estaba “gestando ridículas heroicidades para un cielo sin Dios”. Paco, el padre del protagonista: “Pobre. Solo. Viejo”. Yo fui Johnny Thunders es una novela de perdedores, sí, pero lo es al mismo tiempo que es una novela vital, vitalista.

Es una novela realista, costumbrista si se quiere, una novela que demuestra que el tiempo de escribir novelas, de leer novelas, no se ha terminado. Todavía. Es una novela con su carga de verdad, su liviana carga de verdad, su necesaria carga de realidad.

          “La verdad quema si la aceptas y abrasa si la niegas”.

Porque la única manera de escapar de ese lugar al que en ocasiones la vida quiere que vayamos “es ser más rápido que la verdad”.

Perdedores, algunos sin luchar más que contra sí mismos (“seguro que las moscas creen que han enamorado a la araña”). Perdedores:

“Cuánta derrota. Cuánto dolor. Uno nunca puede escapar de la celda. Ni ricos ni pobres”.

El protagonista de Yo fui Johnny Thunders es músico, ex músico (“restos de canciones agarradas al aire”), es yonqui, ex yonqui. Francis, Mr. Frankie:

“Estás loco. Deberías haberte matado antes de los 20. Dormirías mejor ahora”.

El mundo de la tercera novela de Zanón es “un mundo de reglas sencillas. Mundo Macho, Mundo Idiota”. Es el mundo habitado por seres humanos como Francis/Mr. Frankie, para quien “no hay nada parecido a estar sobre un escenario”, alguien que considera que “uno gestiona lo cotidiano más o menos bien hasta que se te llena la cabeza de sueños. Hasta que se te enamoran las entrañas”.

El ámbito donde los sueños sueñan la música de los sueños. Porque en Yo fui Johnny Thunders, como en Taxi, ‘suena’ música. Pixies, Mink DeVille, Johnny Thunders… Mucha de la música que más me gusta, por cierto, y eso es algo que le da un valor añadido a la lectura que alguien como yo puede hacer de una novela que ya de por sí me cuenta algo que parece ir directo a mi alma… desde mi alma. ¡Esa maravillosa sensación que tiene lugar cuando dentro de alguna música hay “algo bueno y puro, hermoso y libre”!

“Querías a todos aquellos discos, más de mil; más que a las personas”, le dice Marisol, uno de los personajes esenciales de la novela, a su protagonista. Y Francis/Mr. Frankie le responde:

“La gente nunca fue muy real para mí. Las canciones sí que lo eran, atraían al resto de las cosas hacia mí”.

Querer regresar “al país donde se enamoraba como en las canciones. Donde las canciones no mentían. Donde uno era inmortal porque deseaba y era deseado y alguien a mil kilómetros de allí había escrito y cantado una canción especialmente para eso, para pasarla en tu cine particular”.

La derrota. Habla Francis/Mr. Frankie:

“La gente, a medida que crece, va asimilando la derrota. Cosas que quiso y que ya no podrá tener, esas historias. Pero en mi caso uno pasa de creer que nunca crecerá, que puede tener todo lo que desee sin necesidad casi de desearlo, a la certeza de que la partida ha acabado ya, para siempre y demasiado pronto.”

Sin bola extra.

Saber elegir, tener razón. En Yo fui Johnny Thunders hay remordimiento, hay resentimiento, hay pocas certezas. Francis/Mr. Frankie le habla así a Paco, su padre:

“No, yo no tuve razón papá, pero tampoco tú. Eso tiene que quedar claro: nadie acertó. Nadie eligió bien”.

Y laputadroga, que vuelve a él, a Francis/Mr. Frankie:

“Tratar de acompasar los latidos en sus sienes al reloj invisible que acaba de instalarse en su cerebro”.

Hay un momento en la novela de Zanón para ese terror contemporáneo que es la depresión (“ese lugar feo y oscuro”), ese sentirse como si de repente se descubriese que la muerte no va a hacer una excepción contigo.

Y “esos trozos de eternidad”. Como cuando comparte música con su hijo mayor. Cada uno escucha en su auricular la canción que Víctor, el hijo, quiere dar a conocer a Francis. La canción y el grupo que la canta, The Avett Brothers: un grupo que hace “música de ahora pero así como viejuna”, le dice Víctor a su padre, un músico que grabó discos y llegó a tocar con el mítico Thunders.

“La música sonando para él y para su hijo. Solo. Para nadie más”.

Y Francis, que “quiere saborear ese momento como un tesoro que pudiera meterse bajo la piel y no perderlo nunca”. Pero la realidad regresa, sin la verdad, ella sola: “todo se oscurece radicalmente, la vida esta vez te matará”. La canción se llama Live and Die.

¿Cuándo se acaba eso de que el mundo, con su sol, su lluvia, sus estrellas, esté puesto ahí para ti?

“¿En qué momento te lo dan, lo pierdes, te lo quitan? ¿A cambio de qué lo entregas?”

Querer seguir vivo, querer vivir es querer “volver a escuchar Train in vain una vez más”.

          “Puta buena mala suerte”.

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