VEINTE MICRORRELATOS Y UNO DE REGALO (toma once)
es humo lo que ellos pueden ver cada vez que se dan la
vuelta para adivinar qué es lo que queda de su pueblo
el móvil está sonando mientras ella sigue ensimismada en su pasado sin móviles
dicen que de ir a contemplar la agonía de un dragón nadie vuelve
bajas a comer como si fuera un deber
se les está educando para que en el futuro nadie pueda menospreciar a nadie por no saber silbar
canta la rana en la ruina del cuento
sobre la pradera cae la lluvia en la tarde de su muerte y le empapa y le deja preparado para una eternidad seca, silenciosa, única
escucho su voz ahora mismo, perfectamente, la misma que cuando todo podía ocurrir me dijo que me querría
escribe el poema mientras la roña se apropia de su alma
hay un rumor de hojas batiendo el asfalto después del vendaval que adormece la madrugada
se ha resbalado al entrar en las oficinas recién fregadas del Instituto para la Seguridad en el Empleo
y ahora acaba de escribir su primera novela después de sacudirse la roña que el poema le dejó en el alma
hay risas en el salón de baile, se escucha la algarabía de las niñas que se saben mujeres
se escucha el murmullo de un tarareo cercano, tenue al principio y luego como de tamborileo, hasta convertirse en la embestida de la furia de las aguas hacia donde nos lleva el bote desnortado
te vas a acabar cayendo, le dice poco antes del estruendo de los amigos entrando en el salón con sus alegrías y sus cristales sin romperse
al abrir el libro no se da cuenta de que se cae el separador que le marcaba por dónde iba y comienza a leerlo otra vez desde el principio, pero no le importa
Rusia es culpable: retumba como un trueno en la ciudad de cristales rotos la voz que pide ayudar a los nazis: Rusia es culpable
agarra con fuerza la mano de su padre al salir del portal y cierra con más fuerza aún sus ojos para que su memoria registre ese momento y nunca se borre
el nauta de las estrellas quiere llamar a su puesto de control que está allá en la ya tan distante Tierra de los Muertos pero no alcanza a coger el aparato horas después de haberse alejado en su nave cientos de millones de miriámetros de los seres que le habían adiestrado
el móvil está sonando mientras ella sigue ensimismada en su pasado sin móviles
dicen que de ir a contemplar la agonía de un dragón nadie vuelve
bajas a comer como si fuera un deber
se les está educando para que en el futuro nadie pueda menospreciar a nadie por no saber silbar
canta la rana en la ruina del cuento
sobre la pradera cae la lluvia en la tarde de su muerte y le empapa y le deja preparado para una eternidad seca, silenciosa, única
escucho su voz ahora mismo, perfectamente, la misma que cuando todo podía ocurrir me dijo que me querría
escribe el poema mientras la roña se apropia de su alma
hay un rumor de hojas batiendo el asfalto después del vendaval que adormece la madrugada
se ha resbalado al entrar en las oficinas recién fregadas del Instituto para la Seguridad en el Empleo
y ahora acaba de escribir su primera novela después de sacudirse la roña que el poema le dejó en el alma
hay risas en el salón de baile, se escucha la algarabía de las niñas que se saben mujeres
se escucha el murmullo de un tarareo cercano, tenue al principio y luego como de tamborileo, hasta convertirse en la embestida de la furia de las aguas hacia donde nos lleva el bote desnortado
te vas a acabar cayendo, le dice poco antes del estruendo de los amigos entrando en el salón con sus alegrías y sus cristales sin romperse
no sabe nada la montaña de eras geológicas ni el alce conoce
a Darwin ni el niño ha oído nunca la palabra anatomía
al abrir el libro no se da cuenta de que se cae el separador que le marcaba por dónde iba y comienza a leerlo otra vez desde el principio, pero no le importa
Rusia es culpable: retumba como un trueno en la ciudad de cristales rotos la voz que pide ayudar a los nazis: Rusia es culpable
agarra con fuerza la mano de su padre al salir del portal y cierra con más fuerza aún sus ojos para que su memoria registre ese momento y nunca se borre
el nauta de las estrellas quiere llamar a su puesto de control que está allá en la ya tan distante Tierra de los Muertos pero no alcanza a coger el aparato horas después de haberse alejado en su nave cientos de millones de miriámetros de los seres que le habían adiestrado
se acaba de posar el águila sobre la piedra mojada del
río para recordar por qué estaba volando
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