Stoner, la grandeza de la literatura (y ELLA)

Es el verano de 2017 y acabo de leer una auténtica maravilla de la que jamás había tenido noticia alguna, hasta la reciente primavera. Gracias a ELLA, que me recomendó vivamente leer su ejemplar de Stoner, he podido disfrutar de una lectura impecable, prodigiosa.

ELLA es Margarita Barrio, y ELLA escribió esto sobre el espléndido libro que el profesor universitario estadounidense John Williams escribiera en 1965, dos años después del más famoso magnicidio del siglo XX:

“Leo por la emoción. Palabras juntas que son capaces de decirme cosas que no se o que pensaba que no sabía o que conozco y no hubiera sabido contar, que me descubren sentimientos, que me envuelven en belleza. Emoción que me abstrae del ruido de la cocina, que me aleja de las frases falsas de amor, que me conduce al café con tostadas del desayuno y a una noche imperecedera sin amanecer.
Stoner me ha llevado a lo físico, a la ira, a la admiración, a la frustración, a la rabia, a la ternura, al respeto, a la máxima emoción en sus "gracias por permitirme ser profesor", que desvela todo lo que no le dejaron ser, y no siendo, fue.”

Y sí. Como dijera de este libro grandioso la escritora española Inma Luna, quien no en vano colabora en la edición que yo he podido leer, “Stoner es sin duda un ejemplo de para qué sirve la literatura”.

Stoner es una obra maestra, una novela a través de la cual un lector enamorado de su ser lector, de su devota actividad de lector, sale resplandeciente y repleto de vida.

Stoner nos da las gracias a todos los humanos por haberle permitido ser profesor, nos da una lección más grande que cualquiera de sus clases universitarias estadounidenses y de sabor humanista: se muere en nuestros brazos rebosándonos con su esplendor, languideciendo como un hombre languidece hasta depositarse completo en cada lector angustiado ante la proeza de la realidad literaria con la que John Williams agradece haber sido el maestro que respiraba como su inconmensurable Stoner, su William Stoner, más verdad que el apreciable ritual de la verdad de lo que fue.
Atento, lee:

“No tenía amigos, y por primera vez en su vida era consciente de su soledad. A veces, en su ático, por las noches, levantaba la vista del libro que estuviera leyendo y miraba la oscuridad de las esquinas de su cuarto, donde la lámpara parpadeaba contra las sombras. Si observaba larga e intensamente la oscuridad se convertía en una luz que adquiría la forma insustancial de lo que había estado leyendo. Y se sentía fuera del tiempo, como se había sentido aquel día en clase cuando Archer Sloane le había hablado. El pasado se aparecía desde la oscuridad en la que permanecía y los muertos volvían a la vida ante él, así el pasado y los muertos fluían hacia el presente entre los vivos, de manera que, por un instante, tenía una visión de densidad en la que se compactaba y de la que no podía escapar, de la que tampoco sentía ningún deseo de escapar. Tristán e Isolda la Justa desfilaban ante él; Paolo y Francesca giraban en la ardiente oscuridad; Helena y el deslumbrante Paris, con la amargura en sus rostros por las consecuencias de sus actos, surgían de la penumbra. Y estaba con ellos de un modo en el que nunca podía estar con sus compañeros que iban de clase en clase, con quienes compartía techo en una gran universidad en Columbia, Misuri, y que caminaban despreocupados al viento del Medio Oeste.”                              

De Stoner, de la que escribiera en 2011 el escritor español Enrique Vila-Matas que era una “obra maestra ignorada”, puedo afirmar yo mismo parafraseando a Williams, que su escritura bien pudiera dar en ser una leyenda de las que van “progresando como un mito desde el hecho personal a la verdad ritual”. Si no me crees, aquí te dejo otro ejemplo de su excelsa manera de expresarse:

“En su tierna juventud, Stoner había pensado en el amor como una manera de existir absoluta a la que podría acceder si era afortunado; en su madurez había decidido que era el cielo de una religión falsa hacia el que se debía mirar con sosegado descreimiento, benévolo y crónico desprecio y vergonzante nostalgia. Ahora, a su mediana edad, empezaba a entender que ni se trataba de un estado de gracia ni de una ilusión; lo veía como un acto humano de conversión, una condición inventada y modificada, minuto a minuto y día a día, por la voluntad y la inteligencia del corazón”.

La realidad y el deseo. Memoria y deseo… Hasta que me complací en la lectura insondable de la magnífica novela de John Williams, quise creer que eso somos, a la manera vazquezmontalbiana, memoria y deseo, que la vida es cernudianamente realidad y deseo, pero por una de las protagonistas de Stoner creo saber ahora que somos “deseo y aprendizaje”, y que “en realidad eso es todo, ¿verdad?”

Al igual que su protagonista aprendiera a escuchar a Shakespeare, que le habla (nos habla) desde su lejano tiempo de tres siglos atrás, yo he podido oír perfectamente, admirar, lo que Williams me dijo cuando yo no tenía más de dos años. Gracias, John, te he sabido escuchar porque la grandeza de tu maestría literaria es más poderosa que el espacio y que el tiempo, dominados por tu pericia hasta rendirlos a mis pies.

“¿Qué esperabas?” Los tres quéesperabas con los que la vida de William Stoner llega a su fin, y con ella la novela que es la vida de William Stoner, tiemblan aún en mi consciencia y en mi conciencia de lector, pero sobre todo resuenan delicadamente con el poderoso poder de la literatura, con el acierto inconfundible de la mirada y la palabra del gran escritor que fue John Williams, que nació en 1922, treintayún años después de su personaje de ficción, cuya vida es ya para mí más real que la de muchos protagonistas del pasado de los hombres.


Antes mencioné la edición que yo he podido leer, que es la de 2015 de Ediciones de Baile del Sol, de un castellano excelente, obra del traductor Antonio Díez Fernández. Tenía que decirlo, por supuesto.

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